Para ir acostumbrándome, despacio, mantengo mientras pueda… o tal vez sólo en esta oportunidad, el estilo epistolar. Sé que no habrá respuesta, pero puedo imaginarme la tuya. Sustituirte en eso, viejo amigo. Sólo por esta vez y por el momento.
Este hábito del “Querido Emilio”, mientras vivías, era un cálido hábito. Ahora, con tu ausencia, cobra mayor sentido y también cariñosa rotundez. Es así, viejo amigo, y no me vengas con que viejos son los trapos.
Pero el mundo – no dudo en decirlo así, al menos el que ambos compartíamos – ya no es el mismo desde tu partida.
Me estoy acostumbrando a recordarte y te veo riéndote con ganas, de la ingeniosa respuesta de Unamuno. Cuando alguien le preguntó: ¿Ud. piensa en una vida después de la vida? Don Miguel contestó “Un mundo por vez”. ¿Pudiste poner en juego tu curiosidad acerca de esto?
Voy a reprocharte una pequeña cosa, para mí importante; te iba a pedir que por mayo o junio presentaras mi próximo libro en Buenos Aires y/o en Bahía.
¡Fuimos tantas veces – junto a Tato y Hernán- presentadores de tus libros! Casi integramos un equipo oficial a cargo de tus presentaciones. ¡Y vaya si eras prolífero con la escritura, camarada!
Estoy seguro que te habría gustado el título, sobre todo el subtítulo:
“La Salud ele-Mental
¡Con toda la mar detrás!”
Así diagramado, en escalera, para ir subiendo… No sea que nuestro oficio naufrague en los océanos de las adversas marginalidades.
Pero, pensándolo mejor, por qué no darle a esta carta, en la que acabo de hacerte el cariñoso reproche por tu ausencia, cuando debías retribuir mis servicios, ¿por qué no convertir aquella presentación de mi libro en un homenaje, que te harían los que fuimos el trío dinámico que habitualmente presentábamos tus textos? ¡Ya mismo los llamo a Hernán y Tato, quienes junto con vos iban a completar el terceto que habría de presentar mi libro! Esperame unos minutos, y te sigo escribiendo…
Hernán aceptó encantado, a Tato le dejé un mensaje… Es más teatralmente esquivo nuestro amigo. Hablé de más... suena el teléfono, seguro que es él. Sí, era Tato, está de acuerdo, lo entusiasma la propuesta. ¿Pero sabés lo que me dijo, además de aceptar? Me dijo que él esperaba… jubilarse como presentador oficial y que tal vez le correspondía una suerte de retiro. No te extrañe que te lo reclame en vivo y en directo, en el propio momento de la presentación, porque Tato es insistente en sus derechos... además pone en juego su experiencia teatral… Por supuesto, a Hernán y a mí, ni se nos pasó por la cabeza... – pero no estaría mal, caro Emilio... te haríamos precio.
¡Ah! ¡No se te ocurra faltar a la cita…! ¿Te parece que te represente Gilou? Junto con vos, ella y yo, somos los más veteranos analistas cismáticos. Acabo de hablar con Gilou. Ella me dijo: ¿Pero cómo voy a romper ese trío clásico? ¡Claro que con Emilio y vos constituimos la Vieja Guardia Cismática! Desde ya, voy a participar en tu presentación, pero nunca lo reemplazaría a Emilio… en aquel “… trío tan mentado / que pudo haber caminado / por esas calles del sur”.
Tanguera y escrupulosa, nuestra amiga. Nos acompañará en el reconocimiento a tu querida presencia. Porque vas a estar presente, no lo dudes, compañero.
Te cuento algo del subtítulo, de modo que vayas poniéndote en actas para esa presentación. Lo saqué de un recuerdo; sin saberlo se había transformado en una suerte de muletilla., que pretendía ser estimulante para mí mismo y aquellos con quienes trabajaba.
De pronto recordé de dónde venía esta expresión. La había tomado de una antigua canción, que habla del naufragio de una nave pesquera en pleno puerto.
Su letra presenta a los marineros que la tripulaban como “pescadores antes de nacer / trabajadores del agua, que no sabían nadar / porque el destino no les quiso enseñar”. No me vengan con el destino, porque no es cierto, son las arbitrariedades del poder las que no sólo no enseñaron a nadar, como elemental seguridad para esos pescadores, sino que de esas arbitrariedades están llenos los ámbitos donde trabajo. Vaya esta observación clasista y vuelvo a la canción.
“Eran treinta y seis y treinta y siete con él”... El piloto se salvó para poder contarlo… y porque sabía nadar.
Desde entonces no hay, en el mundo todo, vino suficiente donde naufrague su pena…
La canción proclama después:
“¡Que nadie levante un vaso!
¡Que nadie se atreva a hablar!
¡Qué está pasando un marino!
¡Que está pasando un borracho!
¡Con toda la mar detrás!”
Ahora la escalera desciende, mi muy querido Emilio. Por ella bajó el primero, Marquitos – así lo llamaba yo –; a los pocos meses lo acompañas en el descenso.
Soy de los que no dudan de tus tristezas, querido compañero… en las malas y en las buenas. Vamos a una buena.
¿Recuerdas, Emilio, cuando esquiábamos en las altas cordilleras de Neuquén? Los amigos de San Martín de los Andes se enteraron y preguntan cómo fue. Es que te recuerdan ¡¡tan vital!! Como yo mismo te recuerdo. Pasaron algunos años no muchos, desde esos buenos tiempos. Pensaba invitarte en este invierno, pero preferiste la cota cero a orillas de tu amada Ondina. Conjeturo que cerraste los ojos mientras pensabas ¡Nada de cirugías! Y partiste… “Con toda la mar detrás.”
Hasta siempre Emilio. Ya no vendrás a nuestra casa de Buenos Aires, donde Chichú te cuidaba y te retaba con cariño y con respeto; entonces le decías: "Chichú, vos no sabés todo lo que me querés" ¡viejo lobo seductor!
Tampoco tendremos el placer de vivir unos días en tu casa bahiana. Aunque en los últimos tiempos morabas en un apart-hotel. ¿Tal vez el mismo en que lo hice yo en algún tiempo?
Por eso, como aquel Piloto – aunque ninguno de los dos sea borracho – me quedo para contarte – durante un tiempo – de este mundo, que es cierto, ya no es el mismo.
¡Sí, ya lo sé! Sólo podré contarlo a tu querida presencia, Emilio Rodrigué.
Con tu nombre completo y escrito, daba por terminada esta carta para que te la lean tus hijas en Bahía. Te cuento algo más acerca de los efectos de esta carta.
Cuando le leí a Chichú estas palabras, se largó a llorar diciendo: “¡Uno no sabe cuánto quiere a los amigos…!” – casi una repetición de lo que vos le solías decir. Y agregó: “¡Si Emilio te escuchara, también se habría emocionado, tal vez hasta llorara!". En ese momento, fueron mis ojos los que se humedecieron.
Hasta siempre Emilio, bravo Piloto de propias y otras mayores tormentas, en un oficio, el nuestro, donde abundan los temporales.
Mi mejor virtual abrazo de despedida.
Fernando Ulloa
2. Eduardo Pavlovsky
Querido Emilio, te fuiste imperceptiblemente. Así eras vos, devenir minoritario imperceptible. Sin hacer ruido a tus 84 años. En tu Bahía de los sueños y de tus libros – con Hernán y con Fernando ya estábamos por jubilarnos del oficio de prologuistas de tus libros –. Eras infiel por naturaleza con las mujeres, pero fiel a los hombres y amigos. Cuando vivimos juntos en La Casona (1971-72) escribí El Sr. Galíndez y vos Heroína. La filmación de esa película fue para mí una experiencia inolvidable. Increíble. Año imborrable de nuestro proyecto estético-ideológicos. Siempre me impresionó que el hippismo que invadía nuestro departamento de Cabildo nunca fuera una molestia para vos.
Todos te tenían un gran respeto y admiración. Mirta tenía una especial predilección por vos.
Fuiste un poco el Maradona del psicoanálisis. Tus mayores críticos fueron en el fondo tus grandes admiradores. Admiradores de tu talento increíble y de tu libertad existencial. Personalmente siempre fuiste un estímulo intelectual importantísimo. Me dijiste que de Armando, Hernán, Fernando y yo, vos eras el menos burgués de los cinco. Provenías de la rancia oligarquía terrateniente y después te casaste con una negra brasileña.
Mirta me decía el placer que era salir con vos a comer y volver fumados tambaleando por Amenábar a La Casona. Cuando escribo esto siento el raro aroma de esa época, mezcla de libertad y de política. ¿Acaso nos equivocamos? Jamás lo diría. Tus transgresiones fueron como el gol con la mano de Maradona. Inatacables.
Escribís admirablemente bien tus novelas y tus libros de psicoanálisis. Siempre decías que eras psicoanalista escribiendo novelas, haciendo el amor o escribiendo esos dos magníficos tomos sobre la vida de Freud con que asombraste al mundo psi.
Y si faltara algo para sentirte cerca, juntos nos fuimos de la APA con Plataforma y tanta gente querida.
Hinchas fanáticos de Independiente los dos. ¡Cómo hablabas de Bocha!
Después de La Casona fuimos a vivir juntos a Oro y Libertador, más aburguesados. Un día en calzoncillos me encontré con una paciente mía que era tu nueva novia. ¿Qué hace doctor por aquí?, me preguntó. El domingo a la noche cocinabas para que juntos con amigos y amigas viéramos el partido de la noche por TV. Pero todos teníamos prohibido haber visto el partido que se jugaba por la tarde, y si sabíamos el resultado teníamos que callarlo. Así eras vos.
Vivimos juntos con David Cooper en La Casona, vos intentabas analizarlo pero siempre terminábamos internándolo.
Tu amor epistemofílico hizo que realizaras como cien laboratorios como integrante por todo el mundo. Siempre querías saber algo más de todo.
Preguntabas mucho, siempre preguntabas mucho. Inventaste con todos tus conocimientos el método del shampoo que era una experiencia terapéutica donde vos concurrías a la casa del paciente para realizarla durante 4 o 5 horas.
Lo último que me dijiste fue que estabas escribiendo sobre La Casona y Plataforma. Sos imposible de encasillar, porque siempre traspasabas los límites del sujeto. Siempre eras puro devenir. Puro devenir incapturable. Con tu vejez devenías cada vez más joven, más intrépido. Yo te quiero mucho Emilio. Te debo mucho, porque estar a tu lado siempre era vivir la experiencia de lo insólito, de lo intempestivo, de lo inesperado. De la experiencia vital. Gracias hermano mayor por todo lo recibido. Los Emilio Rodrigué nacen cada 200 años como Maradona. Igual.
Buenos Aires, 27 de febrero de 2008.
3. Michel Plon
Michel Plon, Urania, Fernando Peres, Rodrigué
"Un vieux jeune analyste"
Une tendresse pleine de pudeur, un rien désabusée, une rigueur qui savait être allègre, une écoute aussi perspicace qu'audacieuse, ma tristesse à l'idée que je ne le reverrai plus ne peut éclipser la fierté d'avoir reçu de lui, d'Emilio, plus d'un témoignage d'amitié.
A Paris, lors de la publication de son Freud, un coup de téléphone dont j'entends encore la chaleur pour me remercier de l'article paru dans La Quinzaine littéraire, une soirée autour de lui à La Coupole après un débat, des retrouvailles sur sa plage, à Itapoã, puis encore une fois, la dernière, autour d'un spaghetti dans la chambre de sa résidence hôtelière à Salvador, la lecture, bouleversante, de Séparations nécessaires, un échange de mail pour la publication dans Essaim d'un article tout parfumé de son humour et puis un long silence, l'annonce de son décès en décembre, bien vite démenti – merci Urania – un soulagement joyeux mais trop bref et puis la fin.
Un zest d'Argentin, un soupçon de Britannique, une large rasade de Bahianais, Emilio Rodrigué était à lui seul un cocktail que jamais aucun barman de par le monde ne pourra refaire. Il était le plus grand psychanalyste Sud Américain du siècle passé et il avait cette élégance suprême qui consistait, le sachant parfaitement, à n'en être pas dupe, à faire comme s'il ne l'avait pas su.
Uma ternura cheia de pudor, um tantinho de ceticismo, um rigor que sabia ser alegre, uma escuta tão perspicaz quanto audaciosa, minha tristeza à idéia de que não o reverei mais não pode ocultar o orgulho de ter recebido dele, de Emílio, mais de uma prova de amizade.
Em Paris, por ocasião da publicação de seu Freud, um telefonema caloroso para me agradecer o artigo publicado na Quinzaine Littéraire, um jantar de homenagem a ele no La Coupole depois do debate, o reencontro na sua praia, em Itapoã, depois, mais uma vez, a última, degustando um espaguete na sala do seu apart-hotel em Salvador, a leitura, emocionante, de Séparations nécessaires, uma troca de e-mail para a publicação em Essaim de um artigo totalmente impregnado de seu humor e depois um longo silêncio, o anúncio de sua morte em dezembro, rapidamente desmentida – obrigado Urania – um alívio feliz, mas curto demais e, depois, o fim...
Uma pitada de argentino, outra de britânico, uma boa quantidade de baiano, Emilio Rodrigué era um coquetel que jamais nenhum barman do mundo poderá refazer. Ele era o maior psicanalista sulamericano do século passado e tinha essa elegância suprema que consistia, sabendo-o perfeitamente, em não se deixar iludir, em fazer de conta que não sabia.
Paris, 29 février 2008.
Tradução de Leneide Duarte/Plon.
4. Urania Tourinho Peres
Urania, Rodrigué
“Universidade das Palmeiras”
“Salvador, cidade das mil e uma palmeiras geishas,
é minha terra adotiva.”
(E.R.)
Não quero falar do psicanalista, do escritor ou do amigo, mas daquele que foi um dos mais ardorosos e fiéis amantes da Bahia, lugar que, segundo seu depoimento, lhe trouxe sabedoria e felicidade.
Emilio Rodrigué chega a Salvador-Bahia no início da década de 70. Partiu de uma Argentina sombria, sob o peso do que ele denominou “anos negros” e não escondeu que havia sido movido pelo medo .Algumas andanças mundo afora o fizeram aportar nesta terra que, para ele, se transformou na “terra dos deuses”. Havia já completado 50 anos, idade em que, como ele sentenciava, o homem deve assumir a condição de jubilado das obrigações convencionais: “O homem jubilado converte sua cidade em jardim”. E assim ele o fez. Passou a viver em sintonia com a natureza: a praia, o mar, o barulho das ondas e a brisa nos coqueiros. Costumava dizer que um dia ouvira um sussurro vindo do mar de Ondina, que lhe havia dito: “Fique aqui!” E aqui ele ficou e passou a viver sem saudades. Agradecido, escreveu um livro A lição de Ondina, manual (psicanalítico) de sabedoria e, em seguida, Ondina Supertramp.
Emilio reconhecia que foi aqui, em Salvador-Bahia, que a sua condição de escritor se definiu e que aqui viveu seu período de colheita dos frutos de toda uma vida. Ganhou sabedoria. E ele definia o homem sábio como aquele que, o que quer que faça, o faz como quem escreve um poema, com estilo e criatividade. O sábio está sempre inventando uma nova maneira de fazer qualquer coisa, desde amarrar os sapatos até fazer amor, ele inventa e, nisso, se aproxima das crianças.
Foi ainda, aqui, na “Universidade das Palmeiras”, como gostava de brincar, que escreveu a mais recente biografia de Freud. Seis anos de trabalho resultaram, seguramente, em um dos livros mais curiosos sobre a vida do fundador da psicanálise. Uma primeira edição, de 4.000 exemplares, esgotou-se rapidamente em Paris. E ele sabia e afirmava que em outro lugar que não fosse a Bahia, não o teria escrito.
Emilio foi pioneiro em nossa terra, trouxe a formação psicanalítica a um grande número de psicanalistas e deixou, como lição maior, a convicção de que sem criatividade e sem liberdade, não há psicanálise.
5. Isidoro Vegh
Isidoro Vegh, Urania, Rodrigué na praia de Itapuã
“Mis encuentros con Emilio”
Conocí a Emilio cuando yo era muy joven, poco tiempo después de comenzar mi práctica y mi formación como analista, cuando en una asamblea en la Federación Argentina de Psiquiatras tuve la oportunidad de verlo, de escucharlo, coordinando una asamblea en su condición de presidente de esa institución. No hacía mucho había sido conquistada para una posición cuestionadora de la psiquiatría clásica, anquilosada, tradicional y por supuesto, profundamente antipsicoanalítica. La Federación Argentina de Psiquiatras pasó a sostener también una posición de cuestionamiento social que tuvo consecuencias en lo que sucedió luego en la historia de la Argentina, en la cual los trabajadores del campo de la psiquiatría, algunos del psicoanálisis, que ocuparon lugares de dirección en distintos servicios hospitalarios, sufrieron persecuciones, torturas y desapariciones. En aquellos años, Emilio avanzaba en una posición que lo llevó a abandonar, junto a otros colegas, psicoanalistas, la Asociación Psicoanalítica Argentina, filial de la Internacional, a la cual cuestionaban por su posición burocrática, sus estructuras institucionales, y en algunos casos por su posición respecto de la situación social a la cual tendían a ignorar. Emilio formó parte de un grupo que se llamó “Plataforma” que, junto con otros psicoanalistas que fueron miembros de la Internacional Psicoanalítica, y crearon otro grupo llamado “Documento”, tuvieron la valentía, que públicamente reconocí en más de una oportunidad, de renunciar al confort y a los honores. Especialmente aquellos que ocupaban, como Emilio, el lugar de didactas - por el cual tenían garantizada una clientela cautiva, cosa que aún hoy siguen disfrutando con la excusa de que lo hacen por el bien de los analizantes - aceptaron desprenderse de esas comodidades que advertían que eran también ataduras que los encadenaba a un clima de chatura, de ausencia de creatividad, y de un cierto modo de establecerse en relación al stablishment.
Muchos años después, esto ya sucedió en Bahía, gracias a una muy cordial y amable invitación de Urania, nos encontramos con Emilio en una de las hermosas playas de Bahía de la que él era visitante asiduo. Charlando sobre esta historia, le volví a recordar cómo públicamente, desde los distintos lugares que con los años fuí ocupando en el psicoanálisis, reconocí el valor, la valentía, el coraje de quienes decidieron perder ese confort para ganar en una aproximación a la verdad. Emilio me dijo, con tono calmo, pero muy sentido: “Pero ustedes los lacanianos fueron los que se quedaron con el postre. Nosotros hicimos la ruptura y ustedes se quedaron con lo mejor”. Le respondí que no concordaba con esa evaluación y que había algo que quizá él podía reconocer, como ya me lo había reconocido un colega y amigo, lamentablemente desaparecido hacía años, Santiago Dubcovsky, que había formado parte de “Documento”: que si bien esos dos grupos tuvieron el coraje de provocar la primera escisión, su cuestionamiento no había podido encontrar las coordenadas adecuadas para pronunciar también un cuestionamiento del psicoanálisis después de la muerte de Freud. Las dos variantes en que se había desarrollado, el kleinismo y la Ego-Psychology en los Estados Unidos de Norteamérica, habían sido tomadas de distinta manera por los psicoanalistas argentinos y cada vez tenían más dificultad para encontrar cuál había sido el carozo urticante de la verdad freudiana. Eso - no podíamos negarlo - había sido el enorme mérito de Lacan. Yo pertenecía a una generación de jóvenes analistas que, aún antes de conocer a Lacan, por haber sido discípulos de ese otro gran psicoanalista subversivo, no sólo en su discurso sino también en su posición ante la vida, que fuera Enrique Pichón Riviere, había elegido no entrar a la Asociación Psicoanalítica Argentina. Podría haberlo hecho, cubría todos los requerimientos, por empezar el más formal de haberme recibido previamente de médico. Sin embargo, elegí junto con otros, no entrar a esa institución que había suspendido a Enrique Pichón Riviere en su función didáctica y a la cual considerábamos como un ejemplo de lo que no debía ser un encuentro de analistas. Cuando descubrimos la enseñanza de Lacan fue para este grupo de jóvenes, en el cual me contaba, algo increíble que nos produjo una enorme alegría, y era que lo que nosotros rudimentariamente intentábamos elaborar, aún dentro mismo de la teoría y la práctica psicoanalítica, había alguien que se había animado a hacerlo. Emilio coincidió que efectivamente tanto en “Plataforma” como en “Documento”, no habían podido avanzar adecuadamente en la crítica al psicoanálisis post-freudiano. Es más, reconoció que eso a él lo llevó a buscar otros horizontes e incluso a irse del psicoanálisis aunque, como lo cuenta muy bien Urania en su libro sobre “El cazador de laberintos”, creo que los jóvenes analistas en formación de Bahía, con su demanda de análisis, lo obligaron a ocupar el lugar para el cual estaba mejor preparado. Puedo dar testimonio de eso, cuando en uno de mis primeros viajes a Bahía alguien, que es hoy analista de renombre de esa ciudad, me llamó por teléfono, se presentó ante mí, y me dijo que quería contarme, no sabia bien por qué, su última sesión con su analista. Concertamos un encuentro y me contó cómo había sido su última sesión con Emilio Rodrigué. Escuchando atentamente, advertí dos cuestiones: primero, que efectivamente tenía la estructura lógica de lo que en buen lacaniano, podríamos decir “es un final de análisis”. Caída del Ideal, el analizante advirtiendo que ya su analista no lo provoca como el lugar que sostiene la tentación de la palabra, eso que en lacaniano se dice el lugar del objeto a, sentimiento de duelo por la pérdida de ese lazo que ahí concluía, y la apertura de las perspectivas de lo que significa un final de análisis como el comienzo de una nueva vuelta en la vida. Pero también advertí que se estaba dando algo que confirmaba lo que Lacan había dicho en la “Proposición del 9 de octubre”: que hay algo que es intrínseco al final de un análisis: la demanda de una escucha de ese final a alguien que ya no puede ser el mismo analista, eso que Lacan llamó el pase. Un pase que no es reductible a los dispositivos institucionales, es una experiencia que si bien suele canalizarse a través de dispositivos institucionales, rebasa por la lógica que tiende a promoverlo, los límites de ese encuadramiento.
De ese almuerzo, quiero contarles la respuesta que me dio Emilio ante una pregunta que le hice en la hermosa playa bahiense, donde me invitó a compartir un exquisito pescado preparado según indicaciones que él mismo le dio al cocinero. Le formulé, para los postres, esta pregunta: Emilio, con tantos años de experiencia como analista: ¿qué podrías decir que se ha modificado hoy de tu práctica? Para los que conocen la historia de Emilio, su pasaje por el kleinismo más estricto, la Tavistock, esta respuesta no dejará también de sorprenderlos. Me contestó: Isidoro, actualmente tiendo a acentuar la transferencia positiva.
Quiero contarles también, porque forma parte de lo que puedo testimoniar, que Emilio me pidió, cuando publicó en Buenos Aires su biografía de Freud, que yo fuera uno de los que presentara su libro. Lo hice con todo gusto, incluso me sentí honrado por ese pedido. Y sobre eso también hablamos con Emilio. Me contó, casi diría me confesó, que haber escrito esa biografía sobre Freud fue un modo de volver a reencontrarse profundamente con la verdad freudiana del psicoanálisis. Cuando comenté su libro, que me pareció valioso por la amplitud de perspectivas que ofrecía, por la ausencia de espíritu dogmático, de discurso sectario, dije lo que consideraba un mérito de Emilio y que lo practicó no sólo en su discurso sino también en su vida: que ese libro sólo podía haberlo escrito Emilio, como lo hacía, luego de un amplio, generoso y variado recorrido al que su propia inquietud, su insatisfacción ante los clishés, lo llevó a transitar a lo largo de su vida. Creo que es acorde a ese resultado final su pasaje por la FAP, por la Tavistock, por la APA, por Austen Riggs del cual hizo su texto Biografía de una comunidad terapéutica, por su clásico texto kleiniano sobre Raúl, por lo que hizo incluso hasta en su apartamiento del psicoanálisis - me hacía acordar tanto a las experiencias, audacias, hallazgos y fracasos de Ferenczi, ese otro genial discípulo de Freud-. Y creo que todo eso preparó esa conclusión que fue su obra sobre Freud.
Este es el relato que puedo transmitirles de mis gratos y puntuales encuentros con Emilio y es también un modo de rendirle mi modesto homenaje.
Con mi cariño.
6. Syra Tahin Lopes
Syra, Rodrigué
“Para Emílio Rodrigué”
Neste momento de sua silenciosa e inesperada partida, penso na enorme importância que você teve para a comunidade psicanalítica baiana e internacional, em sua originalidade, sua maneira especial de viver as “Lições de Ondina”. Ondina. Última morada, lugar da sabedoria de envelhecer. Lugar onde parece que tudo começou e... termina?
Neste momento, em que relembro com saudades sua voz, seu portunhol, seus pedidos gourmands, seu carro caído no mar em frente a minha casa em Ondina, meus sonhos trabalhados em seu polêmico divã, o convite maravilhoso para escrevermos juntos um livro e sua história vivida aqui na Bahia nestes 30 anos, duas palavras se impuseram: SEPARAÇÃO e CRUELDADE.
Relendo seu último livro publicado no Brasil, Separações necessárias, me vem à memória aquele tempo das pequenas, radicais, contingentes e também necessárias separações.
E aqui um parêntese para manifestar meu enorme prazer na leitura e admiração de seu estilo ao mesmo tempo leve e denso, sua maneira de se colocar às vezes cruel com você mesmo, com seus questionamentos: “teria sido eu aí generoso ou maquiavélico”? Sou uma alma solidária ou um vampiro contrariado?” E em outras ocasiões, reconhecendo sua importância: “sou uma lenda viva”.
Concordo com você, as separações são necessárias e, do ponto de vista psicanalítico, estruturais, mas muitas vezes cruéis e sempre dolorosas. Falando de separações de vida você se colocava como cruel: “Prefiro cortar na carne a ficar em marchas e contra-marchas. Algumas separações foram cirúrgicas e sem anestesia”. “As pessoas podem se colocar como: cruéis e ressentidas. Prefiro ser cruel”. Mas quem diz que o ressentido não é cruel?
Diz-se que o “ressentimento é um veneno que se toma para matar o outro”. Talvez por isso, você, Emílio, recentemente, buscasse outra palavra, outro significante para Cruel. Qual seria? Qual poderia ser? Você me deixa outra vez pensando, trabalhando. Seu grande talento, fazer trabalhar.
Então, como era a crueldade do psicanalista Emilio Rodrigué? Tomo-a pelo lado da Ética psicanalítica. O corte no discurso tem por efeito promover separações e instituir outro lugar para sujeito e objeto, o que pode ser vivido como crueldade. Emilio Rodrigué “cortava na carne”. Tinha o dom especial de colocar o “dedo na ferida”, ou melhor, dizer a palavra que feria, ou ficar no silêncio que doía. Uma pergunta ou comentário aparentemente ingênuos, um som inarticulado, um sorriso seu tinham o poder de provocar ou desmanchar um nó.
Como nosso grupo pioneiro viveu com Emilio Rodrigué e Martha Berlin uma situação muito singular de convivência pessoal com analistas, tivemos ocasião de experimentar sua “crueldade” em várias situações. No divã ou dançando, num jantar familiar ou na mesa de um bar, andando pela praia ou na dedicatória em um de seus livros. Com ele estávamos sempre trabalhando, nada lhe escapava.
Talvez assim ganhe sentido aquela sua afirmação tão questionável do lugar que ocupa o analista. Escreve Emilio: “Sou psicanalista em tudo que faço e até no motel está presente a causa psicanalítica”.
Psicanalista até o fim. Sempre. E agora? Nunca mais?
Nunca Mais, imposição do real, separação radical, mortal, cruel, mas que nos coloca também frente a imaginária “Terra do Nunca”, lugar do Para Sempre. Fantasia de parar o tempo, de não perder, não mudar. Do eterno. Mas, você, Emilio, que viveu se separando, subvertendo, criando, inventando, nos transmite o conceito do eterno como o infinito do poeta Vinicius: “enquanto dure”, dizer repetido em letra e música que mantêm vivo o nome e a obra do poeta.
A Psicanálise se mantêm a partir do trabalho que a obra de Freud impõe. Leitura e releitura que a torna sempre nova, letra viva. Escrever Freud O Século da Psicanálise, a ousada biografia do pai da psicanálise, foi uma das melhores contribuições de Emílio Rodrigué.
É certo, Emílio, nunca mais ouviremos uma nova conferência sua, não teremos um novo conto, um outro livro. Não mais o veremos na praia, jogando frescobol, mas podemos ter você vivo a partir de seus escritos já publicados pelo mundo: Brasil, França Argentina, Itália, Alemanha Espanha.
Orgulho-me de ter sido sua analisante, amiga e parceira de bons e maus momentos da psicanálise e da vida. Assim como você dizia orgulhoso “fui vizinho de Melanie Klein”, posso dizer que fui sua vizinha em Ondina e que você foi e ainda é meu interlocutor privilegiado. Agora depende de nós que te admiramos fazer com que sua obra, herança tão valiosa, circule e se mantenha como letra viva.
7. Andrea Hollnagel Araújo
O nome Emilio Rodrigué chegou para mim aos poucos, um nome sem rosto, ao qual logo foram sendo associados, por ouvir falar, um singular senso de humor, uma sabedoria algo traquina, uma aura de sei lá que respeitosa transgressão e, enfim, sua desconcertante figura desafiando diante de algumas dezenas de participantes do Colégio de Psicanálise da Bahia: “Será o inconsciente o fenótipo do genoma?” risos. Era 2001 e o mundo esperava ansioso pela divulgação do mapeamento do genoma humano.
Parti imediatamente para a leitura dos seus livros. Entrei como possuída, atravessei atordoada pelo intenso manejo de idéias que a aparente leveza do texto intensifica ainda mais, e saí com algumas chaves na mão. Retomo aqui, como despedida, aquela que penso ter colhido da leitura de Gigante pela própria Natureza, que, por sua própria natureza de chave, se encontra nesse espaço entre o abrir e o fechar, o espaço psicanalítico por excelência.
Nesse texto autobiográfico, amor e religião, caminhos para os quais o psicanalista perdeu a inocência, são percorridos num élan de quem se deixa possuir e, no entanto, ele faz ímpar; embora afirme não ser um homem de fé, se confessa “sugestionável na sua pálida tentativa de ter fé, no seu anseio existencial de torcer transcendentalmente.”
Emilio privilegia o caminho do mistério da vida em detrimento do segredo da morte.
Tive o prazer de me encontrá-lo na sua última semana de vida, fui testemunha da abertura de mais uma porta da qual me falou um amigo comum: nunca se sabe ao certo o que Emilio está fazendo e, de repente, eis o efeito positivo, surpreendente!
8. Juan-David Nasio
“Homenagem de Nasio para Emilio Rodrigué”
Estou muito tocado pela morte de um grande mestre e eterno jovem
E minha melhor homenagem é lembrar o primeiro encontro que tive com Emilio Rodrigué há muitos anos, já.
Esse encontro ocorreu em uma sala em Salvador, uma grande sala vazia onde eu ensinava topologia para umas 15 pessoas.
Lembro muito bem da cena: eu parado diante do quadro negro, dirigindo-me aos jovens que tomavam nota de minhas palavras topológicas e lacanianas, com muita seriedade.
Enquanto eu falava, me surpreendo ao ver entre os presentes um senhor de mais idade do que todos os outros, em short e sandálias, também tomando nota com grande fervor e interesse.
Sigo minha exposição teórica e geométrica e ao terminar este senhor me faz duas ou três perguntas as quais respondo com minha melhor disposição e inspiração.
Ao concluir a conferência me aproximo dos organizadores Aurélio Syra e Urania que me haviam convidado para vir à Bahia falar da figura topológica cross-cap e lhes pergunto: “quem é este senhor?” e eles me dizem o nome de Emilio Rodrigué.
Qual não foi minha surpresa ao descobrir que o Presidente da Associação Psicanalítica da Argentina e Vice-Presidente da Internacional e uma das maiores figuras da psicanálise argentina era este senhor curioso e apaixonado como um estudante de vinte anos querendo estar a par das mais atuais teorias da psicanálise.
Foi assim que me aproximei para cumprimentá-lo e falar da honra que era para mim tê-lo como aluno mas também como mestre, sim como mestre porque só um grande mestre é capaz de fazer-se estudante.
Emilio Rodrigué será para sempre lembrado como uma das figuras mais importantes da psicanálise. Sempre jovem, sempre criativo.
9. Beatriz Taber
Beatriz Taber, Rodrigué, Urania
“Emilio Rodrigué, ¿analista o escritor?”
Si se trata de Emilio Rodrigué formular ¿analista o escritor? como disyuntiva, es un absurdo. Él logra de un modo absolutamente singular que analista y escritor confluyan en un único y mismo gesto. Figura inclasificable, por ello posiblemente resulta intransmisible los efectos que producía en cada uno de nosotros la experiencia de estar, conversar con Rodrigué. ¿Cómo narrar ese sentirse mas íntimo con uno mismo, más inteligente, menos solo, más deseante, más intrépido, más abierto a estar in-mundo, lanzado, arrojado a la vida, abierto a infinitas posibilidades y, aun así, seguir siendo uno? La promesa de encontrar todo ello, y aun más, me acompañaba cada vez que emprendía mis caminatas para encontrarlo, sea en Salvador o en sus viajes a Buenos Aires. Tato Pavlosvky eligió en esta última despedida el género epistolar, y creo que, esta manera de homenajearlo es la que mejor nos representa a muchos de los que ya lo estamos extrañando. Una carta construye, se dirige, a un tú e inmediatamente posiciona, a quién la escribe, en un lugar de sujeto, primera persona singular, ese lugar único que nos enuncia como “yo”. Rodrigué lograba, vez por vez, exactamente ello, la singularidad de un encuentro íntimo, sin ninguna cualidad confesional, que nos provocaba habitar intensamente nuestra propia subjetividad.
Por otro lado, nos queda la riqueza de su prolífera obra escrita. En ella nos invita a recorrer sus múltiples y variadas experiencias, sus pensamientos, sus saberes, sus amores. Su novela, su existencia en tono de narración. Sus libros están ahí, siempre prontos, a disposición de cada uno.
Estamos tristes por que nos falta, estamos más solos. Sin embargo, festejamos que esta notable existencia haya acontecido. Y que aconteciera en las coordenadas de tiempo y espacio de nuestra existencia. Un Maestro.
10. Antonio Lancetti
Em 1984 falei sobre o pequeno Hans na Escola Freudiana da Bahia. Emílio, que tinha armado a conferência, estava ali em seu silêncio extraordinário. Numa hora o recinto se transmutou, ele perguntou: Juanito era circuncidado? Até hoje eu não soube responder.
Depois, ouvi e li outras perguntas impossíveis de responder, sempre incitando e suscitando a produção desejante. Suas flechas, como as de Oxóssi, eram certeiras.
Em agosto de 2007 fiz a última sessão-shampu. Meu pai e minha mãe acabavam de morrer, ele me disse que tinha que levar o inexorável até as últimas conseqüências. Estava brilhante, como sempre. Em devir.
Deixou uma obra, muitos ensinamentos, como a liberdade, a coragem, a certeza que a alegria é revolucionária. E o exemplo de um grande inocente que viveu além do bem e do mal.
11. Márcio Gomes
Cidadão da terra dos sonhos
Emílio Rodrigué, nascido na Argentina, com passagens pela Inglaterra, recebe o título de cidadão baiano. A cidade tem concedido muitos títulos. Emílio já recebeu muitos títulos. Será apenas um a mais?
Quem conhece a Bahia, e por isso não a chama de Salvador, e quem conhece Emílio, sabe que não. A Bahia e Emílio já tinham afinidades invencíveis há várias encarnações. Mas, teria Emílio adotado a Bahia, ou ela adotado Emílio? Nada. A adoção tem contornos de unilateralidade, o que jamais existiu na relação simbiótica dos dois. O amor foi à primeira vista, e recíproco.
Em princípio fica difícil imaginar um portenho maduro, de fotografia sisuda, contagiado pela civilização inglesa, enfim, um habitante da esquina de Corrientes com Oxford Street, buscar a Bahia e se encantar com o jeito de viver do baiano.
A adaptação espontânea à descontração, à preguiça gostosa, ao folclore, ao ritmo e à informalidade, é coisa rara. Quem não é daqui entende, e quem é também entende. O ritmo baiano é ímpar. Mas o que dá mais autenticidade à relação é que Emílio não fez força para se adaptar à Bahia. Ele mesmo, em carta à Bahia, escrita em 1981 e publicada no Boletim do CEP, se intitula “um forasteiro que encontrou sua terra na medida de seus sonhos e de seus defeitos, na medida de uma história que se foi fazendo comum, de uma familiaridade. Na medida do acaso, também”. Acaso que é tão importante na vida no dizer de Caymmi.
Hoje, morando na República independente de itapoã, confunde e se confunde com os pescadores, pés descalços, chapéu, chupando uma manga finalzinho de tarde, andando pela praia, a sorrir, sem confirmar nem desconfirmar, ante a pergunta, se tem algum parentesco com Vinícius.
Chegou à Bahia no início dos anos 70, repressão braba, lá e cá, junto com outros argentinos, trazendo o saber e a prática para uma província onde, salvo uma elite iniciada, se vivia em clima pré-freudiano. A importância desse grupo de argentinos para o desenvolvimento da Psicanálise na Bahia é fato sem opositor. O movimento psicanalítico aqui amadureceu nesses 20 anos e, de dissidência em dissidência, os grupos foram se formando, se vinculando às varias tendências estrangeiras existentes e, por óbvio, refletindo suas animosidades e competição. Tudo muito sadio e necessário para o crescimento mas que deixa no ar um clima de guerra de bastidores. Emílio, o Mestre Emílio, não adotou facção e, com a sabedoria de quem já escreveu um manual, transita impunemente em todos os ambientes, sempre reverenciado, reconhecido e respeitado, constituindo-se em um mar sem correntes onde todos se banham.
A maioria dos argentinos já voltou. Cumpriram uma etapa do percurso. O clima político lá amenizou. A saudade bateu mais forte, por que ficar? Dos que ficaram, dá para sentir que adotaram a Bahia como segunda cidade. Amam a Bahia. Mas lhes falta algo indefinível que só Emílio tem. É que Emílio se confunde com a Bahia. Sabe até o jeito de pegar no acarajé. Tem o sorriso ingênuo e a postura malamanhada do baiano. Ainda que ex-presidente do IPA, e com hábitos cultivados no cotidiano britânico, não consigo imagina-lo nem de calça comprida, nem de meia, quanto mais de gravata.
Algum insensível poderia afirmar que o analista das 50 mil horas se adaptou à Bahia para aqui gozar as delícias de uma aposentadoria. Seria fácil, pois a Bahia é o lugar ideal para se fazer nada. O trabalho de Emílio, aqui, porém, foi intenso e profícuo. Que o diga o PC 486 com periféricos dos mais sofisticados, perplexo ante o operador de chinelos e camiseta. A clínica sempre cheia, palestras e, principalmente livros que nunca deixou de escrever. Livros, filhos com tempero baiano mais forte a cada um que nascia. A Lição de Ondina, incrível, demonstra sua sensibilidade, simplicidade e afeto pelo lugar. Ondina Supertramp, contando algumas aventuras em sua minunciosa pesquisa, feita no mercado baiano em busca de um local que ocupasse o espaço deixado por quem não era, nem aprendeu, a ser baiana. Com tanto afeto para dar e ultrapassando os sonhos, sua busca desembocou numa Graça Divina, a divindade das águas doces, baiana completa, na cor, no sorriso, na bondade, na religião e nos olhos que enfeitiçaram e individualizaram o amor desse baiano irreverente, irrequieto e feliz. Oxum, o único e verdadeiro amos de Xangô.
O encontro veio se dar justo na Bahia, terra de encantos e mistérios. Bahia que agora elege e escolhe mais um filho; aquele que soube encontrar o seu trilho; que soube desvendar sua música e estribilho; que tem todo o seu jeito no gatilho, e que ultrapassando em seu sangue o impecilho, alcançou, na Bahia, o brilho de ser nada mais que Emílio.
A Bahia e Emílio se merecem. O título dá forma a um sentimento mútuo. Axé.
12. Martha Berlin
“Prologo a la gran metáfora”
En 1980 Emilio y yo nos separamos, el eligió Salvador y yo regrese a casa. Desde entonces mantuvimos un austero silencio cortado por algún fugaz encuentro social en Buenos Aires.
En abril del 2007 le pidió a nuestra mutua amiga Beatriz Taber que intercediera en crear un encuentro por Email.
Así empezó una frugal correspondencia en la que me pidió que escribiera tres páginas de mi experiencia en Salvador para incluir en su libro Prontuario.
Me pareció imposible describir en tan poco espacio mis siete años con él.
Lo dulce y lo salado, la risa y la tragedia. El trabajo con la querida turma que se llamó Los Hijos de Martha y Rodrigue, todos enfundados en mortajas azules y rojas, trotando por las calles de aquel carnaval.
Teníamos un consultorio muy grande con una alfombra azul que hacia de escenario, en ese momento no jugábamos con diván.
Nacimos y morimos mil veces en los juegos paganos de nuestros laboratorios. En ese cuadrado azul nos permitíamos todas las trasgresiones aprendidas entre salem y El Center de Ámsterdam.
Fuimos felices trabajando.
Así que desde lo profundo del recuerdos le envié LA GRAN METÁFORA.
Me contesto que no podía creer que me acordara del hombre que nunca duerme y así, mail va, mail viene recordamos los días en que escribimos El Antiyoyo (1974) y nos despedimos...
“La gran Metáfora”
Eran unas vacaciones de siete días.
Vengan – había dicho Juanita – Bahía les va a encantar.
Llegamos, fue en el mes 7. En el aeropuerto nos esperaban Juanita y Didi. Ella blanca, centroeuropea, antropóloga. El negro, estatuario como gran sacerdote de la muerte que era.
Llegamos a la tierra del encantamiento porque humanos al fin, nos perdimos en la bruma de nuestra pasión. Pero el destino ya había jugado mis cartas y me amarró a esa tierra por siete años.
Siete el gran número cabalístico, la llave de la creación.
Esa noche, festividad de Cosme y Damián,estuvimos en el carurú gigante que se ofrecía en el Mercado Modelo a los santos gemelos. A lo largo de in-terminables mesas vi hombres ataviados con ricas telas traídas del África. Festejaban y reían ebrios por el aroma del dendé.
Pude haber dicho a Didi:
“Verdad es lo que oí en mi tierra de tus cosas y tu ciencia, eran imposible creerlas hasta que la vieron mis ojos.”
La elección de esas vacaciones fue algo frívolo: estábamos cubiertos por el granizo leve del pororó.
Después de eso nada fue frívolo.
Esa noche, acunada por las batidas de maracuya, supe que era hija de Logun Ede y recibí como carné de admisión un collar de cuentas celestes y doradas de la que pendía un cuchillito.
“Para que te defiendas” – dijo Didí.
Adoré el Carurú igual que al guefiltefish y entregué el corazón a la tierra que por siete años me dio frutos y cobijo.
Ver, mirar, solamente ver; mi cuerpo se redujo a ojos que sentían en participación mística.
En el terreiro de San Gonzalo la imponente fotografía de Mae Señora presidía la ceremonia de su aniversario. La foto fue tomada recibiendo la condecoración de los embajadores de las nuevas repúblicas africanas, por mantener el culto en el exilio.
No todas las fraternidades deben ser antagónicas, pensé y recordé la amarga zaga de mis abuelos llegando de Rusia al puerto de Santos, desembarcados en el Hotel de Inmigrantes, sin dinero para llegar a Buenos Aires. La aparición del Sr. Klavin, ídolo de la historia, contrató a la abuela como cocinera de la boda de su hija... y si ese episodio no hubiese sucedido... si no llegaban a Buenos Aires... si papá hubiera tenido una esposa negra y yo...
Pero los acontecimientos están relacionados por sincronías y correspondencias.
Odesa – Odisea – Santos – Didi dos Santos – Buenos Aires – Bahía.
Un día en San Gonzalo vi la ceremonia de “comida para la cabeza”. El sacrificio animal como sustituto humano. Abraham también se apartó del sacrificio humano. Saturno devoró a sus hijos y Juan* dijo que El dijo:
“Mi carne es verdadera comida, mi sangre es verdadera bebida.”
Un día Didí me habló después de tirar los buzios:
“No te olvides que sos amiga de la tierra, pero tu vida no pertenece aquí – señalaba el collar, especialmente el cuchillito. – Un día te vas a ir, hay lazos que tendrás que cortar.”
No obstante me sentí en la tierra más allá de la casa que tenía, del trabajo que hacía, entré sin saber que el primer éxodo se hace de la juventud a la madurez.
En esos días nos trasladábamos al terreiro como invitados de honor. Ya no vivíamos con Didí y Juanita, ya la tierra era mi tierra porque no había otro lugar en el mundo más bello y además de todo lo demás tenía amigos en la Feria de Mininhos que me festejaban el cumpleaños zambulléndome en enormes canastos de cuentro, blandos como úteros y me gustaba dejarme hamacar por dos o tres batidinhas y ver capoeira en la calle. El cuerpo del amor es el cuerpo más bello, por eso el bebé tropical nace libre de miedos, con el pene erecto al sol o por lo menos así debería ser. Pocos saben después qué pasó.
Esta semana hace precisamente 27 años que volví a Buenos Aires, tres veces nueve, la luz del ternario, Emilio, y me invitas a escribir en tu libro pinceladas de los años en Bahía. Sé que el verbo se me hace carne y el lenguaje es un testamento que hay que escribir de nuevo.
¿De que quiero hablar? ¿Del cruce del Mar Rojo? ¿Del paraíso de Dios? ¿De mi amigo Thiago, vendedor de langostas, que casa que habitaba casa que se le prendía fuego, o de Lina la hermosa mulata candidata a Miss Brasil que perdió una pierna castigada por los dioses por elegir vivir con su padre.
Edipo también está sentado en la ronda del candomblé. Emilio.
¿O de mi amiga IEMANJÁ que un 2 de febrero loca, furiosa y mal criada, en pleno cumpleaños arrojó todos los regalos que recibió de sus admiradores sobre la playa?
Le lleve un frasco de Valium. “No te ofendas – le dije – estás algo nerviosa y como sacrílega psiquiatra vacié el frasco en la boca del mar”. Esa noche durmió en calma y siempre me agradeció.
¡Arembepe! Pocos kilómetros de Bahía. Un mar limpio. Otro universo. Otro hombre para amar.
Ze Gringo llegó de Andalucía hacía ochenta y tantos años, casi tu edad hoy Emilio, y quedó atrapado tras el estaño de su almacén esperando mi llegada para enamorarse.
Ze Gringo amigo anciano. Una noche de aquel carnaval tres hombres borrachos quisieron jugar conmigo. Ze gringo, ciego, imponente, apoyado en su bastón descomunal gritó.¡A la gringa nadie la toca! Su voz reverbero en la pulpería cubierta de coquerales. La música paró, el viento también se detuvo y tomándome del brazo me invito con una batida en la barraca del hombre que nunca duerme.
Así, viviendo... una tarde se festejaba con magnificencia el aniversario de la muerte de Mae Senhora, ya sonaban los atavaques, ya se sacrificaban las gallinas para el molho pardo. Didi de gala se paseaba controlando todo, casi no nos miraba. Era el día en que la Senhora de la Tierra reinaba. Madres masculinas, padres vaginales danzaban en mi mente.
Un sueño profundo envolvió el terreiro, mire el reloj moteado de moscas que colgaba de un caño, seis de la tarde. Hay que pedir tres deseos pensé y me dormí en mi silla. Cuando abrí los ojos Didí estaba observándome. Eran las ocho de la mañana.
Como el querubín Rosado estuve sumergida en un sueño profundo equiparable a morir o nacer, qué importa si como es arriba es abajo, no todos podemos contemplar los dogmas.
Autoridad proviene de augeo que significa crecer.
Elegí vivir en las fronteras del surrealismo ¿Acaso mi pueblo no implora en un muro hace 2000 años? ¿Acaso una doncella no durmió toda su pubertad?
En mi gran sueño en el terreiro de San Gonzalo la ley entera entró en mi cuerpo y me ordenó salir de Bahía porque ya se había cumplido mi tiempo.
Quise ser negra y tener dos vueltas de trenzas rubias alrededor de mi cabeza, quise que el idish se hablara en portugués y unir la identidad de mi esencia al todo. Tener un cuerpo cósmico donde mis ancestros de Sion danzasen con atavaques y el hombrecito de la levita negra baile sobre los tejados de Arembepe para solaz de Ze Gringo porque al fin y al cabo el infinito es un grano de arena y el alma se expresa hablando en metáforas y el todo está ahí como el pan y el vino, como la verdad montada en un burrito haciendo el camino de Belén a Arembepe, y así Dios sigue oculto o mejor dicho siendo un secreto a voces porque en estos días, hace 27 años, volví al Buenos Aires venturoso y en el aeropuerto note que mi collar ya no tenía el cuchillito.
Entonces nos separamos.
Bueno Emilio, estas son mis pinceladas de Bahía.
13. Antonio Carlos Caires Araújo
Judith Miller, Rodrigué, Antonio Carlos Caires
“SAUDADE, a elucubração de um luto.
Instantâneo flashback sobre um fragmento de análise.”
Saudade foi o significante que fiz registrar a origem do sintoma e sua incidência no mal-estar dipsômano com o qual dei início a minha análise. O psicanalista, Emilio Rodrigué, apesar dos anos decorridos, da data inaugural e de haver ouvido borbotões de outras palavras, assim como o paciente jamais o esquece, ainda há pouco tempo se lembrava daquele significante e de um outro, por ele interpretado: sardônico. Verdade, que um significante representa o sujeito para um outro significante para se iniciar uma análise.
Logo, no princípio estava o verbo dividir, que significa compartilhar e separar. Supus, como um noviço analisando, que ele, o analista, sabia das coisas sacrílegas – obscenas que eu pensava e remoia nas angústias que sentia. Acolhendo-me compartilha e me aceita com todas aquelas idéias pervertidas, sestrosas e por conta delas, adivinharia à morbidez angustiante, que me conduzia ao pior, ao aditivo etílico para sossegar aquele ser estranho no próprio ninho.
O remorso esposa a culpa e reproduz o sentimento de ruindade, o ressentimento pela exclusão imaginada e um real do não pertencimento de estar em mim mesmo, era o pior. Ao destravar na intenção o gesto ao modo assassínio era contido no rito obsessivo, piedoso e escrupuloso. Que a presença real do analista apaziguou-me e pude gradualmente retificar subjetivamente: ser no mundo. Fui assim, purgando no efeito: afeto e causa do discurso da análise, que atravessei o porão do desejo de morte ao Outro no dialeto obsessivo, rumo ao discursivo desejo prevenido da fobia (histeria de angústia).
A separação deveu-se por estar neste discurso e, vir falar direto para o analista, estanquei-me na “linguisteria”. Ao revés de compreender a saída, empaquei-me no silêncio tumular, desconfiado que ele, o analista entre outras coisas, não sabia a verdade do sintoma que eu padecia. Pois, a enlutada saudade tão doída, a do pai morto à qual tanto lhe falara, escapava-lhe entender por ela não pertencer ao seu idioma castelhano-portenho e nem se traduzia por soledade e nem solidão. Os argumentos mais débeis servem sempre bem à resistência analítica.
A suspeita da ignorância do analista equivale à transferência negativa do paciente, atualiza no retorno do recalque o desejo de morte, preanunciado no termo sardônico. Mas, por efeito daquela própria análise, agora posso dizer que a morte do analista deu-me o mesmo sentido que a morte dá à vida. Pois, aquele sardônico, há muito, perdeu o rigor malvado com o qual o supereu nos maltratava. Foi ungido pelo tom suavizado da saudade nas manobras da transferência, que deslizou para um desejo de saber, que aspirado ao discurso analítico, deu passagem à causa do desejo de vir a ser analista: um novo significante.
O desejo de ser psicanalista é o que se pode concluir de melhor por uma análise que se chega ao fim com a passagem do analisando a analista. O luto saiu da paixão da ignorância para entrar no jogo significante entre sardônico e a saudade no discurso da análise. O momento anterior de ver fez este sujeito em análise cair na afânise, foi quando pôde se fazer representar, simbolizar e recordar o drama da morte no próprio desaparecimento, fantasiando-se de morto para interrogar sobre ele o desejo do Outro e quem sabe talvez ganhar o seu olhar complacente, a voz comiserada e, melhor: um traço do seu amor.
Consentir com esta fantasia traz a possibilidade de conceder àquele aterrado desejo apropriar-se ao prazer sem a culpabilidade pelo gozo sexual sentido. A fala no discurso analítico permite o desentranhamento do gozo sexual interdito e fazê-lo saber o sentido do gozo não o excita a intenção da transgressão e, sim, concede-lhe o direito de se gozar um pouco ao se servir ou querer: ser o pai. Impossibilidade superada ao ser reconhecido no equivalente: ser psicanalista.
Mesmo que o analista se autorize por si mesmo, não sem antes haver se adestrado na própria análise, na dialética do desejo de saber que se cria pelos significantes a função do psicanalista. Depreendendo que foi da mesma forma que se criou a função capital do pai. Na Lei do não, da interdição do desejo sem lei da mãe e aos usos dos nomes do pai, que legifera e ao entrar em vigor, circule e aplaque a voz obscena do supereu que em vez de ordenar o gozo obsceno incontinente ao sujeito. Passe a vigorar na declaração universal do homem ao sentido da sua existência no imperativo: fale ser!
Salvador, 11/03/08
14. Andrés Rascovsky
Andrés Rascovsky, Luis Córdoba, Rodrigué
Fue a mediados de los años cincuenta que mis padres invitaron a un psicoanalista que habia estudiado en Londres durante varios años a almorzar a nuestra casa
ellos lo conocian,
mas aun mi padre que habia sido su analista,
yo estaba habituado a esas comidas con colegas y discipulos de mis padres que se extendian hasta altas horas de la tarde,
no siempre resultaban experiencias diferentes,algunas veces conocia a persomnalidades de la ciencia o del arte, en ocasiones eran figuras internacionales en otras eran profesionales con una dedicacion muy exclusiva a sus tares especificas lo cual solia aburrirme, conversaciones profesionales reiteradas o mediocres,
Emilio era en aquel entonces joven y delgado su cara estaba detras de unos anteojos de marco grueso recortando seriedad y firmeza,
pero al iniciar la conversacion brotaba una forma de timidez y de titubeo al elegir las palabras y esa forma de susurro que me exigia un esfuerzo escucharlo y sostener la atencion para escuchar el hilo con el que tejia sus ideas,
esa fragilidad hacia parecer que la filigrana se romperia,
pero poco a poco fui sosteniendo la atencion para resultarme singular y al principio extraño su forma de opinar,
creo que en ningun momento respondia o preguntaba en forma directa casi siempre podia observar que su respuesta era tangencial o que generaba otro interrogante y devolvia a los presentes nuevas cuestiones que en un primer momento no surgia con claridad la asosiacion con las primeras ideas o cuestiones pero que luego y quizas no todos habian capturado el rulo de su pensar.
fue luego años mas tarde, el era el presidente de la APA,
en esa epoce EL PRESIDENTE era una figura supuestamente inaccesible y superior, gozaban los psicoanalistas de un prestigio intelectual del cual emanaba una aureola mistica,
sabiduria y ciencia se anudaban en una combinacion que engendraba maravillas,
parteros de criaturas superiores, el contacto, la palabra o la enseñanza del maestro no eran jamas profanadas por una apelacion terrenal y Emilio terminaba sus cartas institucionales en tuteos y chaus,
era trigo de otro costal,
Luego era la revolucion y Emilio era presidente de FAP y entre panico y conduccion, su alternativa final era emigrar,
Bahia de hace 30 años y nuestra mirada entre amenazas y muertes reales,era de sorpresa
era un hombre ya grande, tenia como 50 años y su carrera parecia concluida y fue ahi donde empezaba
era inquietante, seguir su pensamiento podia generar o abrir sarcofagos ya sellados.
15. Danielle Schramm
“Heroina, une histoire de traduction’’
Au début de l’année 2005, à la suite d’un article élogieux du Monde des livres sur les mémoires du psychanalyste argentin Emilio Rodrigué, publiés aux éditions Payot je me suis lancée dans la lecture des ‘’Séparations nécessaires’’. Je venais à cette époque de quitter une revue culturelle de bonne réputation en France où, pendant des années, j’avais été critique littéraire. Ma lecture était donc celle d’une critique littéraire. Distanciée, normalement. Et pourtant j’ai très vite été emportée dans un maelström. Qu’est-ce que j’étais en train de lire? Comment classer ce gros ouvrage passionnant, dense, scandaleux, à la fois ironique et narcissique, où défilait comme un film le parcours époustouflant (Emilio aimait ce mot!) de ce grand psychanalyste et écrivain atypique, né en 1923 à Buenos Aires?
Trois mois plus tard je prenais l’avion de São Paulo à Salvador où Emilio Rodrigué avait choisi de vivre depuis une trentaine d’années. Un ami de Salvador avait pris contact avec lui pour un rendez-vous. Je voulais le questionner sur sa vision du candomblé auquel il était très lié pour compléter un reportage que je faisais sur le musée Afro-brésilien de São Paulo. J’avais aussi la secrète envie de faire la connaissance de l’auteur de ‘’Séparations nécessaires’’ et d’en savoir plus sur cet homme qui m’avait semblé à travers son livre d’un anticonformisme et d’une liberté hors du commun. Un transgresseur, en quelque sorte…
L’interview sous une paillote de la plage d’Ondina, en bas de chez lui, devant une bière et la mer magnifique a été professionnellement le plus nul de ma vie. Emilio ne répondait pas à mes questions qui ne l’intéressaient manifestement pas. Et moi, j’avais envie de rire devant ce vieux monsieur de 82 ans formidablement séduisant derrière ses lunettes noires, qui avait plus envie de parler de la pluie et du beau temps que de répondre aux questions bégayantes d’une journaliste dans la déconfiture.
Le temps était écoulé, nous allions nous séparer, sans doute pour toujours, quand Emilio Rodrigué me parla d’ ‘‘Heroina’’, le seul roman de cet écrivain auteur d’une dizaine d’essais sur la psychanalyse. Il me dit qu’il aimait beaucoup ce livre, écrit en 1969, qu’il l’avait proposé au directeur des éditions Payot qui n’avait pas été convaincu par l’essai de traduction. Il me demanda alors (pourquoi diable? il ne savait rien de moi à part que j’étais journaliste et que je parlais espagnol) si j’acceptais de le traduire. Je lui répondis que je n’avais jamais traduit d’œuvres de fiction, mais que je serais ravie et honorée de faire un essai. Emilio Rodrigué était ainsi: un homme qui faisait confiance. Nous nous séparâmes sur une poignée de main scellant notre nouvelle collaboration, et un baiser scellant notre nouvelle amitié.
A Paris je lus d’une traite l’histoire de Penny, une jeune interprète argentine, qui engagée pour assurer l’interprétariat au cours d’un congrès international de psychanalyse à Bariloche, tombe amoureuse d’un psychiatre japonais. La séparation du couple à la fin du congrès laisse la jeune femme fragilisée par une vie familiale douloureuse, dans un désarroi si profond qu’il va la mener à son retour à Buenos Aires à une tentative de suicide. La deuxième partie du roman traite de la prise en charge psychiatrique (réussie!) de l’héroïne et donne à Emilio Rodrigué l’occasion d’un règlement de compte extrêmement drôle, intelligent, caustique, avec la psychanalyse traditionnelle. Le livre, où se mêlent à celle d’une jeune fille triste et vaillante des années 60, l’histoire de l’Argentine et celle de la psychanalyse, où l’on croise Darwin et Borges, Freud et Irma, Galilée et la Pampa, à la fois érudit, tragique, sensible et plein d’humour, entrecoupé de morceaux d’un lyrisme magique sur la montagne et les neiges andines, eut à sa sortie un grand succès en Argentine. En 1972, le cinéaste Raul de la Torre en fit un film où Rodrigué, qui apparaît dans un épisode du roman, assurait son propre rôle.
L’essai de traduction ayant été concluant, je retournai très souvent à Salvador, deux ou trois fois par an, où dans l’appartement d’Emilio Rodrigué, devant un petit bureau prêté par des amis antiquaires, je travaillais avec enthousiasme sur ce roman dont la lecture m’avait enchantée. J’aimais le personnage de Penny, l’héroïne dont Emilio disait, à la façon de Flaubert, qu’elle était lui. Allez donc savoir! En tout cas nous nous retrouvions tous les deux dans Penny pour le plus grand bien de la traduction.
Une vodka tonic dans une main, une cigarette blonde dans l’autre, Emilio venait voir l’avancée des choses entre deux patients (il recevait dans l’autre pièce de son tout petit appartement) et décider des changements à apporter au roman qu’il trouvait un peu daté et très/trop ancré dans le Buenos Aires des années 60. Nous avons fait ce travail d’adaptation ensemble, joyeusement. Il relisait au fur et à mesure ce texte écrit à l’orée de sa quarantaine, s’émerveillait souvent de ses trouvailles ou riait parfois de ce qu’il trouvait être de la prétention de ‘‘jeune con’’, coupait sans états d’âme des paragraphes entiers, rajoutait des éléments ici ou là, corrigeait scrupuleusement. Et faisait à mes talents de traductrice une confiance gratifiante. Lorsque j’étais à Paris, nous nous échangions des mails quotidiens pour régler tel ou tel problème de traduction, telle ou telle incorrection.
Fin novembre 2006, en plein été bahianais, dans le petit appartement d’Ondina Apart Hotel imprégné de l’odeur de ses cigarettes, je mis un samedi soir, le point final aux dernières corrections de la traduction. Emilio troqua ses éternels bermudas contre un jean et une belle chemise à ramages bleus et m’emmena dîner au Barravento, un restaurant du bord de mer. Nous célébrâmes, peut-être avec une pointe de nostalgie, la fin d’une collaboration qui – nous ne le savions pas – serait la première et la dernière de notre vie.
‘‘Pénélope’’, le titre français d’ ‘‘Heroina’’, parut chez Payot-Rivages, en octobre 2007. Emilio vint à Paris, qu’il adorait et où il retrouvait chaque année sa fille Belén, pour le lancement du livre. Il était d’autant plus heureux qu’en même temps que ‘‘Pénélope’’, Payot publiait en édition de poche sa remarquable biographie de Freud ‘‘Freud, le siècle de la psychanalyse’’. Il nous fit part, au cours d’un déjeuner avec l’éditrice et l’attachée de presse, manifestement séduites par le charisme de ce jeune homme de 84 ans, de son prochain projet, un livre qu’il voulait positif et optimiste sur la vieillesse, un livre sur ‘‘les nouveaux vieux’’.
Emilio reprit l’avion pour Salvador, la ville de son cœur, où il allait retrouver ses chers patients, ses séances quotidiennes de musculation au gymnase d’Ondina Apart Hotel, sa bière sous la paillote de la plage et finaliser les corrections de son dernier livre avant de l’envoyer à son éditeur argentin. Tout allait pour le mieux dans le meilleur des mondes. Traîtreusement, son cœur s’est arrêté de battre le 21 février au petit matin. Emilio, cher et imprévisible Emilio…
No início de 2005, depois de ler um artigo elogioso do Monde des livres sobre as memórias do psicanalista argentino Emílio Rodrigué, publicadas pelas edições Payot, me lancei na leitura de “Separações necessárias”. Nessa época, eu tinha acabado de deixar uma revista cultural de renome na França, onde, durante anos, eu tinha sido crítica literária. Minha leitura foi, então, a de uma crítica literária. Distanciada, como deveria ter sido. No entanto, rapidamente fui levada por um turbilhão. Que que eu estava lendo? Como classificar essa grande obra apaixonante, densa, escandalosa, ao mesmo tempo irônica e narcisista, onde desfilava como um filme o percurso espantoso (em francês, époustouflant: Emílio adorava essa palavra!) desse grande psicanalista e escritor atípico, nascido em 1923 em Buenos Aires?
Três meses mais tarde tomei o avião de São Paulo para Salvador, onde Emílio Rodrigué tinha escolhido viver havia uns trinta anos. Um amigo de Salvador tinha entrado em contato com ele para organizar um encontro. Eu queria interrogá-lo sobre sua visão do candomblé, ao qual ele tinha uma forte ligação, para completar uma reportagem que eu estava fazendo sobre o museu Afro-brasileiro de São Paulo. Eu também tinha uma vontade secreta de conhecer o autor de “Separações necessárias” e saber mais sobre esse homem que me tinha parecido, através de seu livro, de um anticonformismo e de uma liberdade fora do comum. Em outras palavras, um transgressor...
A entrevista, numa barraca de praia em Ondina, embaixo da casa dele, com uma cerveja e o mar magnífico à nossa frente, foi, profissionalmente, a pior da minha vida. Emílio não respondia às minhas perguntas que, obviamente não o interessavam. E eu, eu tinha vontade de rir diante desse senhor de 82 anos, incrivelmente charmoso com seus óculos escuros, e que mais queria jogar conversa fora do que responder às perguntas gaguejantes de uma jornalista desmoralizada.
O tempo se acabou, nós íamos nos despedir, sem dúvida para sempre, quando Emílio Rodrigué começa a me falar de “Heroína”, o único romance deste escritor autor de uma dezena de ensaios sobre a psicanálise. Disse-me que gostava muito desse livro, escrito em 1969, e que o havia proposto ao diretor das edições Payot, que não se convenceu com a prova de tradução. Perguntou-me, então (por que diabos? ele não sabia nada de mim, a não ser que eu era jornalista e que falava espanhol), se eu aceitava traduzi-lo. Respondi que nunca havia traduzido nenhuma obra de ficção, mas que ficaria encantada e honrada de fazer uma tentativa. Emílio Rodrigué era assim: um homem que confiava. Despedimo-nos com um aperto de mão para selar nossa nova colaboração, e um beijo para selar nossa nova amizade.
Em Paris, li de uma vez só a história de Penny, uma jovem intérprete argentina que, contratada para fazer a tradução simultânea num congresso internacional de psicanálise em Bariloche, apaixona-se por um psiquiatra japonês. A separação do casal no final do congresso deixa a moça, já fragilizada por uma vida familiar dolorosa, numa angústia tão profunda que a levará, ao voltar para Buenos Aires, a uma tentativa de suicídio. A segunda parte do romance fala do tratamento psiquiátrico (um sucesso!) da heroína e permite a Emílio Rodrigué um acerto de contas extremamente divertido, inteligente, mordaz, com a psicanálise tradicional. O livro – onde se misturam a história de uma jovem triste e valente dos anos 60 com a história da Argentina, onde se cruzam Darwin e Borges, Freud e Irma, Galileu e la Pampa, ao mesmo tempo erudito, trágico, sensível e cheio de humor, entrecortado por partes de um lirismo mágico sobre a montanha e as neves andinas – obteve, no seu lançamento, um grande sucesso na Argentina.
Em 1972, o cineasta Raul de la Torre fez dele um filme onde Rodrigué, que aparece num episódio do romance, atua seu próprio papel. A prova de tradução tendo sido decisiva, retornei freqüentemente a Salvador, duas ou três vezes por ano, onde, no apartamento de Emílio Rodrigué, numa escrivaninha emprestada por amigos antiquários, eu trabalhava com entusiasmo neste romance cuja leitura tinha me encantado. Eu gostava da personagem de Penny, a heroína de quem Emílio dizia, à maneira de Flaubert, que era ele mesmo. Quem é que sabe! Em todo caso, nós dois nos encontrávamos em Penny para o bem maior da tradução.
Com uma vodka tônica em uma mão e um cigarro na outra, entre dois pacientes (ele atendia no outro recinto do seu minúsculo apartamento) Emílio vinha ver como avançavam as coisas e decidir as mudanças a fazer ao romance que ele já achava um pouco desatualizado e muito/demasiado enraizado na Buenos Aires dos anos 60. Nós fizemos esse trabalho de adaptação juntos, com alegria. Ele ia relendo esse texto que escreveu no final dos seus quarenta anos, muitas vezes maravilhado com seus achados, ou às vezes ria do que ele pensava ser pretensão de “jovem besta”, cortava friamente parágrafos inteiros, acrescentava elementos aqui ou ali, corrigia escrupulosamente. E tinha em meus talentos de tradutora uma confiança gratificante. Quando eu estava em Paris, trocávamos e-mails diariamente para solucionar esse ou aquele problema de tradução, essa ou aquela incorreção.
No fim de novembro de 2006, em pleno verão baiano, no pequeno apartamento do Ondina Apart Hotel impregnado com o cheiro dos seus cigarros, pus, num sábado à noite, o ponto final às últimas correções da tradução. Emílio trocou suas eternas bermudas por uma calça jeans e uma bela camisa com ramagens azuis, e me levou para jantar no Barravento, um restaurante à beira do mar. Nós comemoramos, talvez com uma ponta de nostalgia, o fim de uma colaboração que seria – nós não sabíamos – a primeira e a última de nossa vida.
“Pénélope”, o título francês de “Heroína”, foi lançado pelas edições Payot-Rivages em outubro de 2007. Emílio veio a Paris – que ele adorava e onde ele reencontrava, a cada ano, sua filha Belén – para o lançamento do livro. Ele estava ainda mais feliz porque, ao mesmo tempo que “Pénélope”, Payot publicava em edição de bolso, sua remarcável biografia de Freud “Freud,o século da psicanálise”. Durante um almoço com a editora e a assessora de imprensa, visivelmente seduzidas pelo carisma desse jovem de 84 anos, ele nos anunciou seu próximo projeto, um livro que ele queria positivo e otimista sobre a velhice, um livro sobre os “novos velhos”.
Emílio retomou o avião de volta para Salvador, a cidade de seu coração, onde ele iria reencontrar seus queridos pacientes, suas sessões diárias de musculação na academia do Ondina Apart Hotel, sua cerveja na barraca de praia, e finalizar as correções de seu último livro para enviá-lo ao seu editor argentino. Tudo estava indo muito bem, no melhor dos mundos. Traiçoeiramente, seu coração parou de bater na madrugada de 21 de fevereiro. Emílio, querido e imprevisível Emílio...
Salvador, março 2008
Tradução de Larissa Kharkevitch
16. Carlos Pinto Corrêa
OBITUÁRIO
EMÍLIO RODRIGUÉ
1923-2008
CARLOS PINTO CORRÊA
Velho companheiro.
Era como Rodrigué me chamava em clara alusão às nossas vidas paralelas. Nascemos no mesmo dia: cinco de janeiro, ele mais afoito, dez anos antes de mim: um na Argentina e outro no Brasil, Minas Gerais. Por caminhos diversos, veio a paixão pela psicanálise e quase concomitantemente, aportamos na Bahia, para nos fixarmos exatamente em Ondina. Ele com grande experiência nas lutas institucionais, especialmente no protesto da “Plataforma” e eu, ainda que discretamente, combatendo a IPA como representante e fundador autorizado pelo Círculo, na época entidade formal e ainda muito presa aos valores da Instituição. Assim ele era o revolucionário e eu o conservador.
Nosso primeiro encontro foi promovido por ele, cuja humanidade estava acima de qualquer outra questão. Escreveu-me que era lamentável ser necessário a ocorrência de uma tragédia para criar a oportunidade de nos aproximarmos. Foi a primeira lição que me ensinou.
Rodrigué era um homem simples, extremamente orientado em seu pensamento lúcido e sua presença foi sempre marcante, desde o início em seus estudos com Melanie Klein, sua presença nos Estados Unidos e sua importante contribuição sobre os grupos sociais e terapêuticos que desenvolveu com Leon Grinberg e Marie Langer. E foi com os grupos que se lançou em Salvador, imprimindo aos seus “laboratórios” uma corajosa experiência clínica.
Se encontrou em Ondina sua nova pátria, encontrou também uma ampla e receptiva família, cujo núcleo inicial foi formado por Urânia Tourinho Peres, Aurélio Souza, Sira Tahin Lopes e outros amigos, além da marca de duas filhas baianas. Penso que obteve reconhecimento de muitas formas, mas coube a Urânia estabelecer com rara fidelidade a presença e contribuição de Rodrigué. A edição do livro “Emílio Rodrigué caçador de Labirintos” foi uma marca que o deixou muito feliz. Na sua dedicatória quando me ofereceu o livro, ele escreveu: “A Carlos co-fundador desta coisa”, estendendo, com muita honra para mim a transformação de Salvador em um importante pólo do pensamento psicanalítico.
Entre seus trabalhos, sem dúvida o maior investimento foi a proposta de elaborar uma nova biografia de Freud. A primeira vez que conversamos a respeito, acreditava que ele ia se meter em uma missão impossível, já que as vagas de biógrafos de Freud estavam todas preenchidas. Ele me explicou seu intuito, mostrando questões que até então eram desconhecidas na vida do nosso grande mestre. Batizou esta obra como “Sigmund Freud, o Século da Psicanálise”. Entendi que era um novo ato de rebeldia deste espírito exemplarmente livre. Esperei com excitação o dia do lançamento que seria um marco para toda a Psicanálise. Cheguei cedo à simpática Livraria da Torre e ficamos conversando sobre o resultado que obtivera nas pesquisas da vida de Freud. Mais tarde chegou a Cira e logo outros convidados, mas nada parecido com a repercussão que imaginara. Nesta ocasião ele me dedicou “O outro pai”, voltando mais uma vez à questão de nossa identidade como fundadores e das coincidências de nossas vidas. Deixei o Rio Vermelho com um sentimento de que os colegas não atinaram para a importância do fato. Perdura em mim até hoje a convicção de que esta grande obra de Rodrigué não teve o seu devido valor reconhecido por nós, mesmo estando traduzida para o espanhol, francês e italiano.
Falar de Rodrigué é para mim, falar um pouco de mim mesmo, mas me vergo ante o seu saber. Nossos encontros até raros, mas sempre profundos me marcaram por sua penetrante humanidade, o ouvir e o entender, possibilidades tão superiores aos julgamentos. A interpretação como forma de saber e nunca como arma. Isto ele certamente deve estar discutindo com Platão.
17. Maria Thereza Ávila Dantas Coelho
Conheci Emilio Rodrigué no início da década de 90, sobretudo nas jornadas de história de Psicanálise do Colégio de Psicanálise da Bahia. Na época, ele estava escrevendo a sua biografia sobre Freud. Com suas bermudas e ar despojado, Emilio era um ouvinte atento dos trabalhos apresentados, que tomava notas em sua cadernetinha e fazia contribuições sempre valorosas sobre o que escutava, a partir de suas leituras e vivências. Vez ou outra, nos intervalos, ele lançava uma interpretação súbita, a pessoas que não eram seus analisantes. Lembro-me que, numa ocasião, fui alvo de um de seus comentários interpretativos e que me surpreendi com sua acuidade e pertinência, já que ele não era meu analista. Lembro-me ainda, não só em Cachoeira, como também em encontros com ele, na casa de Urânia, de seus passinhos apertados quando arriscava uma dança, de seu jogo de ombros, de sua postura corporal. Por ocasião da construção do livro “Emilio Rodrigué, Caçador de Labirintos”, tive a oportunidade de trabalhar alguns textos seus dos anos 50 e 60, que me forneceram valiosos aportes sobre o processo de análise. Não se tratava, aí, do posterior Emilio, biógrafo de Freud, detentor de uma bela obra com frases jocosas, mas de um Emilio gravemente concentrado nos aspectos técnicos da condução da cura analítica. De Emilio, guardo tudo isso. Guardo o seu acolhedor e indagativo sorriso de canto de boca, o seu portunhol e o seu timbre de voz. Herdo a riqueza de sua trajetória analítica, transmitida ao longo de gerações de analistas, já que ele é meu avô-supervisor e meu bisavô-analista. Guardo, sobretudo, a lembrança do carinho recíproco que compartilhamos e a admiração pela importante colaboração para o desenvolvimento da Psicanálise na Bahia.
18. Anna Verônica Mautner
“Emilio”
Quando Emilio chegou, vivíamos lá em São Paulo divididos e subdivididos à procura de alguma certeza. Quando digo nós, falo dos psicoterapeutas de então. Os psicanalistas viviam encerrados em sua torre de marfim que eles imaginavam ser um farol. Até a chegada dos psicodramatistas que vieram da Argentina, os psicanalistas sentiam-se, e somos obrigados a confessar que eram vistos assim, como único grupo organizado – uma referência única. O psicodrama veio como um furacão, cujo olho foi o Congresso Internacional que aconteceu no MASP, acho que em 1970. A ousadia de fazer sessões públicas de terapia gerou um campo novo onde os fuçadores de Wilhelm Reich encontraram o respaldo e a coragem de finalmente aparecer. Os argentinos chegaram trazendo a possibilidade de uma psicanálise “B” fora da IPA. O Sedes ergueu a cabeça pelas mãos da Madre Cristina. Nos primeiros anos isto era ainda claudicante. Timidamente nosso mundo se organizava. A chegada de um casal emblemático – Emilio Rodrigué, ex-vice-presidente da IPA, e sua mulher Marta Berlin, psicodramatista, holista – espalhou um bafejo de liberdade.
Então, um ex-cliente de Melanie Klein, ex-vice-presidente da IPA, ex-portenho, podia trabalhar junto com a irreverência, a curiosidade de Marta Berlin. Eles foram a concretização de uma era de liberdade que abriu as asas sobre nós. Vinham mês a mês, depois vinham mais, depois vinham menos. Nenhuma tietagem. Eles não pediam, não cobravam. Somos todos filhos deste casamento livre que nos libertou. Emilio está entre nós porque nos fez como nós somos. Falo de São Paulo. Influíram no Rio também. E na Bahia foi viver e ser o que todos conhecem.
19. Carmen Lent
Acredito, Emilio, que os paradigmas são filhos do seu tempo, assim como os filhos são paradigmas do tempo e os tempos são filhos do paradigma. Que vou fazer? A cada dia as verdades se me tornam mais recursivas. Sou filha do teu ancoramento em Salvador, esse lencinho baiano do qual faz tempo te batizei Imperador, e que agora te nomeia oficialmente Cidadão. Sou filha do teu vôo por outros cantos geográficos e não geográficos; da tua vontade outonal de subir numa prancha de surf, de correr a maratona na Grécia. Sou filha, e quanto, da tua confusa ânsia de raiz.
É lindo ter-te descoberto quando, de fato, você vinha me fazendo, e eu sem saber. Filhos grandes não apenas matam totens. Também se encantam com o pai, adorado na infância, desprezado no meio, e reverenciado por fim. Quem me dera eu tivesse aquele talento para, algum dia, escrever a biografia de Emilio Rodrigué.
Por enquanto, com licença: te adoto para que continues alumiando este perambular com o qual vou encontrando meus anjos. Esses em cujo colo quero dobrar a esquina do milênio, e dos quais fazes parte.
20. Sergio Augusto Franco Fernandes
“Sobre Emilio”
Primórdios da minha formação em psicanálise, início dos anos 90. Emilio Rodrigué presente, lá na cidade de Cachoeira, interior da Bahia, mais especificamente no antigo Convento, como convidado de mais um evento de psicanálise que por ali aconteceu durante alguns anos. Percebia-se muito facilmente a alegria estampada no seu rosto. Parecia que o evento era em sua homenagem. Curtia cada instante, ali, envolto por uma gama de analistas profissionais e outros ainda em formação, na sua maioria mulheres. E como todos sabem, ele adorava estar entre elas, ao lado delas... “Mestre” e “discípulas”. Eis, certamente, uma imagem bastante romântica, captada por mim, que o observava naquele momento. A presença de Emilio produzia uma ambiência diferenciada, talvez pela formalidade e respeito de todos para com ele e, ao mesmo tempo, o que se notava em meio a tanta “formalidade”, era um “Freud” mais contemporâneo, de bermuda e camiseta, cercado por todos, “paparicado” por todas. Contudo, lá estava eu, sempre pelos cantos, desconfiado, dando os primeiros passos na longa estrada psicanalítica, observando a tudo e a todos, ansioso para apresentar o meu primeiro texto numa jornada de psicanálise, não vendo a hora de livrar-me logo daquela tensão. O nervosismo aumentara, já que eu havia me dado conta de que Emilio, certamente, estaria por lá, sentado, para escutar o que eu tinha a dizer sobre Nietzsche e Freud (certamente, nada de novo). Sei que, para minha surpresa, após a apresentação do texto, ele pediu a palavra e teceu alguns comentários, dando a entender que havia gostado do que fora dito. Evidentemente que, para mim, aquela intervenção foi o máximo. Não lembro bem o que ele disse, mas lembro que fiquei bastante tranqüilo ao escutar aquela voz grossa e ao mesmo tempo mansa, aquele “portunhol” de difícil compreensão, que acabou, com o tempo, se tornando bastante familiar, visto que ele, de uma forma ou de outra, estava sempre presente nas nossas atividades do Colégio. E o tempo passou. E foi com o maior prazer e satisfação que pude homenageá-lo, em vida, ao dar a minha contribuição, escrevendo um texto para o livro “Emilio Rodrigué, caçador de labirintos”, uma celebração dos seus 80 anos de vida, promovida pelo Colégio de Psicanálise da Bahia. E foi, justamente, durante o período de produção desse livro que tivemos um contato mais constante e direto com o velho mestre, na medida em que ele próprio fazia questão de estar presente, de nos conceder entrevistas e participar das conversas acerca da produção que o homenageou. Devorávamos os seus livros, discutíamos e escrevíamos, tendo como interlocutor ninguém menos que o próprio homenageado. Foi um aprendizado e tanto. E um privilégio para poucos.
21. Guillermo Pietra
Cuando todavía era estudiante de psicología llegaron a mis manos dos libros que marcarían mi vida: “Ondina Supertramp” y “La lección de ondina”. Eran para mi tiempos de descubrimientos y también de grandes pasiones.
Yo estaba muy enojado con los lacanianos. Mi análisis kleiniano de aquella época y algún traspié académico me habían decidido, creía que definitivamente, en contra de Lacan. Pero ahí apareció él contando como leía y releía los Escritos ante la mirada asombrada de su empleada bahiana, sentado en un balcón sobre la playa de Ondina. Estaba tan sorprendido con sus confesiones sobre sexo y drogas como con su franqueza intelectual y existencial. “Gigante por su propia naturaleza” y “El libro de las separaciones” vendrían más tarde.
La honestidad y la libertad de Rodrigué fueron una gran conmoción y sus lecturas una guía. Varios años después escribiría para mi como primera dedicatoria en un libro suyo “para Guillermo, lacaniano por mi culpa.”
Cuando Michel me invitó a formar parte del CR de Acheronta y empezamos con los reportajes me pareció fundamental hacerle uno. Gerardo tomó la idea y a poco de empezar el intercambio de mails quedó maravillado por su personalidad y su rapidez intelectual. Algún artículo acompañó también aquel juego de preguntas.
Un tiempo después se me presentó la ocasión de un viaje a Bahía y llevarle una versión en CD de Acheronta fue la gran excusa para contactarlo. La cita fue en Itapuã. Mis compañías en ese viaje eran mi mujer, el dolor por una gran pérdida y su biografía de Freud, recientemente publicada. Nos encontramos en un bar de la playa, allí estaba con otros peregrinos que se habían contactado con él para ir a conocerlo. Su hijo, Marcos estaba con él.
Nos invitó a comer a su casa, en la que cocinó unos fideos. La charla giró sobre su historia, Apa, Plataforma, la casona, el amor, la vida de Freud y su libro sobre él y también cosas cotidianas.
El mundo era su casa y sus habitantes, sus vecinos. Los borrachos del barrio lo saludaban cuando pasaba con un respetuoso “Dr. Emilio” y se sentaba a la mesa de Melanie Klein o de Guatari con la misma soltura con que nos invitó a nosotros.
En un momento, con su mirada pícara nos preguntó qué pensábamos sobre la televisión. Desde diferentes miradas todos criticamos el invento y él, luego de escucharnos con atento respeto, con una sonrisa dijo: a mi me encanta. Prendió su tele y pudimos disfrutar de un partido que jugaba argentina. Cuando con mi mujer decidimos irnos nos acompañó a tomar el ómnibus. Tomó mi brazo y caminamos hablando del coraje necesario para la vida, del de Freud y del que todo analista debe tener. Esta vez escribió para mi sobre la primer hoja de su biografía de Freud:“Por un encuentro que comienza”.
Hace un año volví a Salvador. Con mi mujer ya no eramos 2 sino 3. Nos hospedamos en un gran apart hotel en Ondina. Había pensado en llamarlo pero me parecía que era el tiempo de otros peregrinos. Sin embargo la magia bahiana apareció. Un anochecer, en el enorme apart, decidí darme un chapuzón en la pileta desierta. Un hombre se sumó y nadaba plácido de un lado al otro, cuando dos tipos empezaron a discutir a los gritos. Dejé de nadar para mirar, curioso, la pelea. Ese extraño nadador de pronto se convirtió en la cara amigable de Emilio que me dijo: “Parece que va a haber piñas”. Reconocidos comenzamos a charlar como aquella tarde en Itapuã. El del reciente dolor ahora era él.
Me contó de su vida en el hotel, de sus nuevos amores, proyectos, ideas y descubrimientos. Nos cruzamos esos días en varias ocasiones. Me hizo prometer que iría a conocer el gimnasio del hotel en el que se entrenaba. Una de las mozas que servían el desayuno cuando lo veía pasar transpirado le acercaba un vaso de jugo de naranja. Le conté, a su mirada asombrada, de la talla de Gigante de ese grande del psicoanálisis.
En mi último día de hotel nos despedimos con un abrazo, nos dijimos: hasta la próxima.
22. Gregório Baremblitt
“Carta postuma para Emilio Rodrigué”
Muy querido Emilio:
Me han dicho que te has muerto, o algo por el estilo. Sinceramente no creo una palabra. Un nómade como vos es inmortal.
Deve ser uno de tus experimentos de los que todavía no tenemos idea.
Un beso en tu corazón
23. Elisabeth Roudinesco
Rodrigué, Elisabeth Roudinesco
Elisabeth Roudinesco
Por Elisabeth Roudinesco
Conferência de Abertura do Colóquio “Um século de psicanálise”, organizado por Emílio Rodrigué.
Salvador, Bahia, 12 de outubro de 1995
É um prazer e uma honra abrir este Colóquio aqui na Bahia, a convite do Emilio Rodrigué. Aqui na Bahia, aqui no Brasil, mas, sobretudo aqui na América Latina, onde muito mais que na Europa e nos Estados Unidos, assistimos não apenas a uma expansão do freudismo, mas também a uma renovação da paixão pela psicanálise; paixão que sem dúvida foi perdida nas nossas velhas nações européias tomadas de melancolia. Muitas vezes tenho a impressão, tanto como psicanalista como historiadora ou intelectual, de que a França virou uma espécie de espectadora melancólica de um passado glorioso.
Com efeito, se no final do século XIX, que viu nascer, através da histeria, o começo dessa psicanálise fundada sobre uma nova compreensão do inconsciente e da sexualidade, a revolta e a rebelião estavam na ordem do dia, tanto em Viena, entre as burguesas tratadas por Freud e Breuer, quanto em Paris com as mulheres do povo exibidas por Charcot no palco da Salpêtrière, podemos dizer atualmente que a doença dominante desse primeiro século freudiano, essa que predomina nas sociedades industriais avançadas, é o que chamamos de depressão, forma atenuada da melancolia descrita desde Aristóteles por inúmeros comentadores. Nessa melancolia, Freud via a impossibilidade de fazer um luto.
Essa depressão, visível em todos os lugares, atinge a psicanálise e suas instituições. A histeria era a expressão de uma revolta que passava pelo corpo anônimo das mulheres – certamente revolta impotente, mas de qualquer maneira revolta – foi levada em conta pelo discurso freudiano como o pivô de uma nosografia estrutural. Ora, atualmente é como se toda rebelião tivesse se tornado impossível, até mesmo ridícula, como se a própria idéia de uma revolução, política, intelectual, social tivesse se tornado inútil. Como não assinalar, seis anos após a celebração mundial do Bicentenário da Revolução Francesa que é o paradigma mesmo da revolução, que este parece ter sido retirado de nossos discursos e representações.
Há ainda uma outra alegria para mim de estar aqui com vocês, e neste lugar. Festejamos hoje a publicação do livro de Emílio Rodrigué, a primeira biografia de Freud escrita por um latino-americano, como anuncia a publicidade escolhida pelo editor. Mesmo não tendo ainda lido o livro, Emilio me falou longamente do seu conteúdo, na ocasião de sua inesquecível visita a Paris. Nesse dia, Emilio usava sandália e um short. Fazia calor e havíamos almoçado em um maravilhoso restaurante francês. Foi o nosso primeiro encontro. Emilio me surpreendeu: ele tinha os gestos de um príncipe educado nas melhores escolas inglesas e no entanto ele não usava o terno de três peças que combinaria com sua elocução. Emilio falava então de psicanálise com a paixão que somente um latino-americano europeinizado pode ainda ter hoje em dia. Nesse dia, ele tinha um ar de cosmopolita, como esses judeus da Europa central (meus preferidos), à vontade entre dois trens de tanto ser sem fronteiras, sem nação, sem pátria, sem raízes.
Emilio me pareceu ser um homem livre, um homem à moda antiga pela sua maneira de se dirigir a uma mulher, mas também um homem “pós-moderno” pelo seu exílio, sua história, seu casamento, seu culturalismo sem marca de comunitarismo. Na ocasião ele estava terminando a redação do seu livro e ficou claro para mim que se tratava de uma obra importante e que sem dúvida marcaria época.
Emilio é ele próprio um ator da saga freudiana. Analisado por Paula Heimann e supervisionado por Melanie Klein, portanto formado no celeiro da escola inglesa, ele teve um papel importante na história da psicanálise na Argentina, depois no Brasil, e na Bahia. Um papel de tolerância e abertura: um papel de estrangeiro ou imigrante, marcado pelas viagens, pelo exílio. Habitado pelos significantes fundamentais da saga freudiana, Emilio sempre se apresenta como um imigrante, como um homem vindo de alhures, um homem cuja identidade permanece coberta, porque a própria identidade é uma máscara.
Quando conversamos a respeito do seu grande livro sobre Freud, tomei consciência de que não se tratava de uma biografia banal, mas de um acréscimo historiográfico, de uma procura, de uma migração através de livros de outros. Emilio, penso, não escreveu A Biografia de UM latino-americano, mas a história das variações e das interpretações dadas sobre a vida de Freud pelos diversos comentadores de uma historiografia desde Jones. Igualmente ele escreveu menos uma nova vida de Freud que a história da história das diferentes maneiras de contar as vidas de Freud.
Enfim, foi disso que conversamos em Paris: Emilio escreveu a história dos historiadores de Freud. É por essa razão que ele não consultou arquivos, não foi à Library of Congress. Os arquivos deles são os livros escritos por outros e, sobretudo por historiadores do freudismo do mundo inteiro. Esses historiadores, vocês bem sabem, se dividem em correntes e escolas. Eles possuem querelas tão violentas quanto as dos psicanalistas. E, no entanto Emilio, homem de conciliação, sábio socrático, versado no culturalismo, de uma certa maneira procurou fazer a história das interpretações da história da mesma maneira que eu escrevi pela França, não a história da história, mas a do pensamento freudiano e lacaniano só que me servindo dos arquivos: ou seja, o contrário do que fez o Emilio. Mas após ter escrito a história de um saber, todo historiador tem vontade de tornar-se Emilio, ou seja, de escrever a história vista pelo historiador après-coup, uma história do après-coup que é também a história de como se escreve a história.
Sob certos aspectos, Emilio escreveu sobre Freud o livro ou um livro que eu mesma gostaria de escrever e que, após o dele, talvez um dia eu venha a escrever. Trata-se de um livro do qual me sinto próxima antes mesmo de tê-lo lido, tão próxima quanto Emilio se sente daquele que eu mesma escrevi. Esse livro mudou Emilio, como ele mesmo disse: porque esse livro foi para ele uma espécie de autobiografia disfarçada – em língua lacaniana diríamos um “passe”. Com efeito, sabemos que toda investigação histórica supõe a autobiografia. Porque ao contar a história dos outros, o historiador se conta através do outro, através daquilo que ele conta dos outros. Mais que um simples método, na investigação histórica sempre há uma “ego-história”, uma Selbstdarstellung, como dizia Freud.
De onde esse paradoxo: fazer a história da psicanálise é também fazer uma analise, é se analisar pela história. Escrever a história dos historiadores e obras historiográficas é fazer um passo a mais, como um voltar para uma analise, como um passe, uma maneira para o Eu de tornar-se um outro.
Há portanto uma ligação muito forte entre o ato de fazer a história – iria dizer o ato de amor ou o ato sexual, mas não digo – e a clínica da psicanálise. Normalmente, a história se escreve quando a teoria está em crise, quando os mestres desaparecem deixando lugar à herança institucional. Há também nesse ato de fazer a história uma maneira de relançar questões teóricas. A rememoração do passado é como uma travessia do inferno. O historiador passa pela morte e retorna dos mortos. Fundamentalmente, ele só trabalha sobre a morte, mesmo quando ele escreve a história dos vivos, porque ele projeta o presente e o vivente em uma eternidade que se assemelha ao silêncio das tumbas e cemitérios. O historiador fala com os deuses e com os mitos. Mesmo quando ele recusa a hagiografia, ele fabrica deuses. Ao exumar os mortos, ele permite aos vivos questionar os deuses e se interrogar sobre o presente. Cada vez mais, hoje em dia, os historiadores do freudismo, e principalmente a escola americana que domina o mundo, não mais pertencem à comunidade psicanalítica. Eles estão distanciados do objeto sobre o qual trabalham e muitas vezes as obras deles não são lidas pelos psicanalistas que têm medo de sua história e, quando escrita, opõem a ela uma resistência tão obstinada quanto a que o comum dos mortais imputa à psicanálise. Logo, eles tornam os historiadores loucos e anti-freudianos, como é o caso atualmente da escola revisionista.
Emilio pertence a uma categoria de historiador em via de extinção: ele não é um profissional da história; ele não adquiriu a profissão de historiador. Ele é um psicanalista apaixonado pela história e “passado” para a história (através desse livro sobre Freud). Deste ponto de vista, Emilio é ainda um filho de Jones. No que me diz respeito, ao contrário, eu rompi. É verdade, eu venho da psicanálise, pratico, fui analisada. No entanto tornei-me historiadora no sentido profissional do termo. Eu sou, mesmo na França, a única neste caso, a única a ter adquirido, através de diplomas, uma obra, uma prática, um ensinamento, a habilitação à profissão de historiador. No entanto, eu conservei uma ligação carnal e intelectual com a comunidade freudiana, um laço familiar, inclusive um “romance familiar”. Mas será que eu mesma também não estou em via de extinção? Isto porque amanhã, e mesmo atualmente, os historiadores do freudismo, não analistas, não analisados, já trabalham e trabalharão sobre o objeto freudiano a partir de um laço perdido com a comunidade psicanalítica. Exceto se essa comunidade aceite – nisto tenho dúvidas – ler e conhecer sua história mais que recalcar ou substituir por uma hagiografia.
Talvez haja aqui, entre os latino-americanos, uma esperança de poder entrelaçar os dois campos. Antes de encerrar, gostaria de dizer que foi graças ao meu amigo Juan David Nasio, argentino que se tornou francês, que pude conhecer Emilio e estar aqui na Bahia e, foi graças a mim que Emílio, após sua passagem por Paris, pôde encontrar em Londres Michael Molnar, o arquivista do Freud Museum, presente neste evento. Eu gostaria de dizer, em nome dos dois, o quanto estamos felizes em, de uma certa forma, representar aqui a historiografia freudiana da Europa.
Tradução de C. Lucia M. Valladares de Oliveira.
Publicado na Revista Pulsional, nº 193, nº 1, ano 21, 2008. A ser publicado na revista Cliniques méditerranéennes, 2008.
24. Sara Hassan
“As 7 vidas psicanalíticas de Emilio Rodrigué”
Emilio Rodrigué, paradigma de um estilo com uma marca maior: sua criatividade.
Estou lembrando, neste momento, a entrevista feita por Urania Tourinho Peres em Emilio Rodrigué, caçador de labirintos. Ela afirma que “(...) deveria ter feito a divisão em cinco Emilios” (1). Acho possível discorrer, a partir desse ponto, acerca do que eu vou chamar as “sete vidas psicanalíticas de Emilio Rodrigué”, onde, no meu ver, é sempre o desejo implicado na escrita o pivô do renascimento.
Acho notável alguém se sair vitorioso de tantas vicissitudes de vida, de tantos labirintos diferentes, dos quais ele mesmo se reconhece caçador (2). E isto de modo herético confesso, mas a partir dos fios condutores da psicanálise e da escrita. Não pareciam existir, para Emilio Rodrigué, impedimentos na retomada de rumos perdidos, nem o “sem saída”. Vejamos sumariamente o que já tem sido bastante biografado e auto-biografado: o jovem candidato é expulso da sua análise didática. Parte para Londres onde faz análise kleiniana. De regresso em Buenos Aires, chega à presidência da Associação Psicanalítica Argentina. Posto em xeque desde o lacanismo incipiente na cidade (3), irá questionar, por sua vez, a estrutura de ensino e transmissão, desde o grupo dissidente Plataforma, e como tal, vai renunciar à instituição. Após passagem breve por turbulências políticas, exílio para Salvador-Bahia, Brasil, onde pratica técnicas de laboratório grupais, sem por isto deixar de trabalhar como analista, tornando-se precursor de futuros analistas lacanianos na cidade, e publicando vários livros. Nova imersão na história da psicanálise vai lhe render, nos anos 90, biografia de Freud em três volumes. Passa a freqüentar, como analista independente, reuniões da Convergência. Sua produção escrita continuará até o fim.
Das sete vidas psicanalíticas que aqui atribuo a Emilio Rodrigué, calculo ter sido na sua terceira ou quarta, lá pelos anos 70, quando soube dele em Buenos Aires, através de Heroína. A novela da sua autoria e o filme tornaram-se obrigatórios e controversos para nós, jovens daquele tempo, fazendo as primeiras incursões no mundo “psi”. Estou lembrando, também, como que através de uma névoa, sua visita a uma reunião com internos da Sala de Psicopatologia do Hospital Pirovano (4), onde então eu fazia residência, e sua presença nas assembléias da Coordenadoria de Saúde Mental, antes do seu exílio para o Brasil. Naquela oportunidade consegui captar mais de perto esse ar emiliano enigmático, propiciador de abertura a todo tipo de singularidades. Esse traço vai acompanhá-lo sempre.
Por volta dos anos 90, re-encontrei Emilio, então pela sua 6ª ou 7ª vida, segundo minha conta acima, a partir do seu envolvimento pioneiro no projeto da Enciclopédia virtual de Psicanálise (5). Eu estava preparando um texto sobre o tema da Internet para mesa redonda no Centro de Estudos Psicanalíticos em São Paulo. Estava também me aproximando de Michel Sauval, fundador da revista virtual Acheronta, da qual faço parte até hoje. Foi enriquecedor trocar idéias sobre as novas tecnologias que então despontavam, e sobre as possibilidades e interfaces com a psicanálise.
O que estou chamando aqui de vidas, em número de sete – 7 – , quero nomear, e numerar, aquilo que, da imaginação literária de Emilio, consegue criar e recriar-se pela escrita. Destrinchar o real, uma e outra vez (6).
(1) PERES, Urania T. “Conversando com Emilio”. In: Emilio Rodrigué, caçador de labirintos. Salvador: Corrupio, 2004, p. 81.
(2) Op. cit.
(3) Por Oscar Masota.
(4) A mesma a qual a poetisa argentina Alexandra Pizarnik dedicara umas páginas com título homônimo.
(5) Desaparecida após algum tempo na web.
(6) Real aqui no sentido lacaniano dos três registros: simbólico, imaginário e real, onde o real é o impossível, o que volta sempre ao mesmo lugar, o que é, de alguma maneira, irrepresentável.
25. Osvaldo Saidon
Ya no es lo mismo
Tenes el teléfono de Emilio sabes su mail sigue trabajando de psicoanalista te parece que me haga un shampoo se separo de esa mujer negra preciosa que tenia como hace para tener tanto éxito con las minas lindo no es y cada vez que lo voy a encontrar me invade una ansiedad una alegría y un poco de vergüenza no se aburrirá conmigo el se aburre seguido cuando voy o viene me imagino alguna historia divertida para entretenerlo y el me termina desconcertando con sus preguntas y me dan ganas de ser mas libre en Salvador de Bahía de Rodrigue es siempre una cita una celebración diría el que tal vez prefiera estar solo estuvimos mal hace cuanto que no suena el teléfono yo ya no se que hacer preparate un dry martíni con la receta de Buñuel y relajate estará Emilio porque si no esta yo no voy a Salvador ya no es lo mismo.
26. Laura Kait
Acabo de enterarme que Emilio Rodriogué murió el 21-2-08 en Bahía, Brasil. De adolescente participé en un seminario, creo que en el Teatro San Martín en la ciudad de Bs. As., si no recuerdo mal, donde hablaba de su obra Heroina. Luego vi la película y luego, muy pero que muy luego, lo conocí en la primera Convergencia Lacaniana que se organizó en Barcelona. Entonces nos hicimos amigos, charlamos horas, nos habló de como la cibernética y sus ordenadores cambiarían el inconsciente, igual que lo había hecho el cine en colores: antes se soñaba solo en blanco y negro y nos recordó que en épocas de Freud casi no hay relatos de sueños en colores. Fue él, con sus jóvenes 82 años de entonces quien me convenció para comprar mi primer PC. Y nos escribimos y nos reencontramos en Bahía durante un Lacanoamericano y estábamos juntos tomando caipirinha en la playa cuando moría Diana de Gales y con su entrañable ternura compadeció a esa "niña", dijo... Luego leí y sigo usando como bibliografía vívida su biografía de Freud, que invito a leer a quienes no lo hayáis hecho. Nos vimos pocas veces en la vida y me enseñó y bailamos tango y nos reimos tanto. Chau maestro, querido Emilio!
27. Silvina Friera
Era un psicoanalista hasta la médula, que hizo de la libertad existencial un "credo". El decía que era un psicoanalista cuando atendía, cuando corría y hasta cuando hacía el amor. Su vida, surcada de separaciones, escisiones y rupturas, de conquistas y desarraigos, fue quizá su principal laboratorio: experimentó en campos tan diversos como los grupos, el psicodrama, la Gestalt, las comunidades terapéuticas, terapias alternativas, hongos alucinógenos y otras drogas. Emilio Rodrigué, uno de los miembros más destacados y lúcidos de la segunda generación de psicoanalistas argentinos, murió el jueves a los 84 años en San Salvador de Bahía (Brasil), donde vivía desde 1974, en ese "paraíso" que encontró después de la muerte de Perón, cuando decidió exiliarse. "Yo fui lo que pasé a llamar un psicoargonauta, analista en la Diáspora", se definía el autor de las novelas Heroína, llevada al cine por Raúl de la Torre; los dos tomos de Sigmund Freud, el siglo del psicoanálisis y la autobiografía El libro de las separaciones, en donde afirmaba que la marihuana fue su "cuarta maestra".
Rodrigué nació en 1923, en el seno de una familia adinerada. Cuando cursaba segundo año de Medicina pensó en colgar seriamente el bisturí para criar ovejas en la Patagonia. Pero su padre –"ateo, bon vivant, jugador de bridge, maestro del ocio"–, un gran lector que se la pasaba leyendo la vida de los santos y la obra completa de Freud, tuvo un rol principal en el ingreso de Rodrigué al psicoanálisis. Comenzó su formación en la Argentina, de la mano de Arnaldo Rascovsky, pero las lecturas de Melanie Klein y Douglas Fairbairn, a las que Rodrigué consideraba entonces "el verdadero análisis", lo fueron distanciando irremediablemente de Rascovsky. Por una disposición de la APA (Asociación Psicoanalítica Argentina), si un candidato abandonaba su análisis didáctico, ningún otro didacta lo podía tomar en análisis. Sin chances de continuar con su formación en el país (por la disposición de APA lo habían rechazado Marie Langer y Enrique Pichon Rivière), en 1948 Rodrigué decidió viajar a Londres, donde continuó su aprendizaje con Melanie Klein, Paula Heimann y Wilfred Bion, y le tocó supervisar a la propia nieta de Klein, a la que consideraba "un galardón transgresivo". "Esa supervisión con la abuela fue escabrosa. Recuerdo el día, en pleno juego, en que bajó una araña detrás de la chica. Yo la maté de un zapatazo. La abuela me quería matar. '¿Cómo? ¿Usted mató un bicho en presencia de mi nieta?'", recordaba Rodrigué, que reconocía que Klein en psicoanálisis, Suzanne Langer en lógica simbólica y Marie Langer en política fueron sus grandes maestras.
Cuando regresó al país en 1953, introdujo, junto a Arminda Aberastury, el kleinismo y las teorías de Bion en la Argentina y en Latinoamérica. Junto a Langer y León Grinberg, Rodrigué publicó el primer libro en castellano sobre Psicoterapia de grupo. Entre 1958 y 1962 estuvo en la comunidad terapéutica de Austin Riggs, Ma-ssachussetts (Estados Unidos), donde trabajó con David Rappaport y Erik Erikson. El resultado de este paso fue el libro Biografía de una comunidad terapéutica. En 1966 fue elegido presidente de la APA. A fines de los '60 se integró al grupo Plataforma que, junto al grupo Documento, denunció los métodos de formación de analistas y renunció a la Asociación Psicoanalítica Internacional (API), a fines de 1971.
"Es una droga muy pesada, no es ningún picnic", decía el psicoanalista sobre sus experiencias terapéuticas con ácido lisérgico. "Ni hablar del hongo: ésa fue una experiencia lindísima que hice en México, donde me sentí poseído por el hongo", contaba Rodrigué. "Fui a tomarlo a Huatla, la tierra de los mazatecos. Me sentí poseído por el hongo, al punto tal que me peleé con la hechicera, porque cantaba canciones católicas y yo no quería saber nada de eso; yo era indio. Yo era un superindio. La hechicera se impacientó conmigo, hizo un buche de agua fría y me lo escupió. Me paralizó; fue como si me clavaran mil alfileres."
Rodrigué, que ha calculado que superó ampliamente las 100 mil horas psicoanalizando, confesaba que con el tiempo fue cambiando, que su sintaxis interpretativa dejó de ser el clásico "sí... pero..." para ser sustituida por "eso, y también". "Soy un analista metonímico. En mi técnica actual no hay lugar para el no, pero tampoco para el sí. Todo acontece en el reino del puede ser. Me estoy concediendo mucha más libertad en las cosas que digo", admitía el psicoanalista. "Mi ideal es el de entrar en una armonía envolvente existencial, poética, histórica y retórica, como aquel que afina un instrumento, más allá de la simbiosis", escribía en El libro de las separaciones (Sudamericana). "Es un ideal alquimista, lo sé. Pero bien sopesado, a diferencia de la historia, la biografía es el arte de ser otro. Esta identificación fascinada y fascinante no se encuentra así, por azar de una noche. A veces pienso que se trata de una iniciación. La idea de posesión no está ausente... En fin, estoy seguro de una cosa: ya no soy el mismo."
28. Maria Auxiliadora Mascarenhas Fernandes
Emilio inaugurou na Bahia, com a sua chegada, uma nova era. Todos nós, jovens sequiosos de formação e informação, encontramos nesse psicanalista a possibilidade de iniciarmos uma interminável viagem de estudo, análise, supervisão e escritos.
Emilio já tinha, nesse tempo, um reconhecimento internacional, o que nos facilitou contatos com psicanalistas de outros países, como Marie Langer, Andrès Rascovsky, Fernando Ulloa, Eva Reich, Piera Aulagnier, Elizabeth Roudinesco, e outros tantos. A Argentina tinha uma tradição de bons psicanalistas, boas escolas de formação, e uma vasta produção intelectual. Muitos deles se estabeleceram aqui em Salvador a partir desse intercambio psicanalítico.
Emilio aqui chegou como se já tivesse chegado há muito: camiseta de malha, bermudas, sandálias de borracha, e os pés sempre com algum resíduo de betume das praias. Trazia sua companheira de trabalho e de vida, Martha Berlim. No começo eram análises grupais e sazonais, depois a regularidade necessária ao trabalho.
Mergulhou na cultura baiana, sempre com grande curiosidade e interesse pela singularidade dessa terra de todos os santos e orixás. As suas perguntas não cessavam.
Foi carnavalesco de rua, usou mortalha, foi "penetra" num clube popular e por pouco não entrou numa fria...
Do mesmo modo que tomou chá em Londres com Melanie Klein, Bion, Paula Heimann, bebeu caipirinha com os negões da praia de Ondina. Em muito pouco tempo era um baiano entre os baianos, sem jamais ter deixado de ser um portenho de "quatro costados" e um cidadão do mundo.
Emilio Rodrigué tinha a simplicidade dos sábios, mas também a vaidade natural dos que alcançaram um lugar relevante no seu ofício, ainda que vivendo na América Latina.
Sua vida de analista na Bahia lhe deu, dentre outras coisas, o raro privilégio de analisar três gerações numa mesma família. Para um estudioso da causa freudiana uma experiência e tanto, não?
O analista de milhares de horas ousava. O seu divã era um tatami. Ao invés da austera poltrona, duas almofadas atrás do analisante suportavam seu corpo e suas associações livres; suas intervenções raras e certeiras. A liberdade de quebrar com a "arrumação" do setting analítico contrastava com o seu rigor teórico. Sua escuta era privilegiada. Emilio era analista, como ele próprio dizia, 24 horas por dia. Sempre sugeriu e estimulou o exercício da escrita aos seus analisantes em formação, prática que o acompanhou até horas antes da sua morte.
A biografia de Freud lhe custou muito: cinco anos ininterruptos de pesquisa, de labor diário, dos quais tive o privilégio de acompanhar e colaborar juntamente com as colegas Alone Gomes, Lucia Andrade, Suzana Nascimento e o amigo Marcio Gomes. Esse trabalho lhe trouxe muita alegria, e cada crítica elogiosa era recebida como um reconhecimento justo ao seu trabalho.
Emilio deixou aos seus discípulos-colegas uma marca da ética freudiana, a afirmação que "os livros não mordem", e uma certeza de que essa viagem freudiana valeu a pena!
Maria Auxiliadora Mascarenhas Fernandes
Psicanalista membro do Espaço Moebius. Membro do Instituto Viva Infância
"Sou um analista da quarta ou da quinta geração. Abraham foi meu avô. Conheci um Jones um tanto irônico, polêmico na discussão de trabalhos de Bion e Balint. Fui vizinho de Mrs. Klein por mais de dois anos. Participei de seminários com Rickman. Glover e Anna Freud, e mais tarde troquei cartas com Winnicott. Tomei chá com Alix Strachey, servido por Mrs. Lindon, a bibliotecária do Instituto Britânico de Psicanálise. Do outro lado do Atlântico, na Costa da ego psychology, trabalhei, por mais de três anos na mesma clínica que David Rappaport e Erik Erikson. Possuo uma poderosa transferência com o passado, mas sou, ao mesmo tempo, um franco-atirador, um arqueiro free-lance, alguém que foi um jovem analista do tempo velho e que agora é um velho analista do tempo novo. Tenho um miradouro panorâmico do percurso do movimento psicanalítico. Permaneci um longo período na Associação Psicanalítica Internacional – IPA para logo ser agente de câmbio com esse furacão manso que foi o movimento Plataforma. Sou o analista das 100.000 horas."